Aires d'a miña terra

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PRÓLOGO


[p. III]

   Hé aquí un amigo dos veces sin ventura.
   ¡Poeta en estos tiempos, y poeta bueno para mayor mal! —Primera desdicha.
   ¡Y el hijo legítimo de las Musas llega á mi y me pide un prólogo!... ¿No son estas dos desgracias más grandes que todos los infortunios vistos por Dante en las espirales del Infierno, flagelando á la «perversa prole de Adan?»
   Pero meditemos con sosiego.
   ¿Qué va á ser de mi amigo, si no corta esa lengua divina que nos habla desde el cielo, circunstancia bastante para que nadie se pare á escucharla? Vender la dignidad y prostituir la augusta grandeza del talento, quizás lo recomendaran Horacio ó Lamartine: dejar volar el alma libre á las alturas, mientras el eslabón carnal sufre en la tierra, es lo justo y lo grande... para al-


[p. IV]

gunos. Pero este glorioso camino hace pensar en Cervantes, en Quintana, en Byron, Alfredo de Musset, Gerardo de Nerval y Vesteiro; es decir: en el martirio de la vida, compuesto dedisgusto, sufrimiento, ingratitud, envidia, dolor, hambre, miseria y suicidio...
   ¡Bello, contraste! Todos aquellos que poseen los tesoros intransferibles en la banca de las ideas luminosas, jamás tienen que separarse, si por acaso la suerte los junta, como lo hicieron Abraham y Lot, en tiempos muy remotos, por causa de su grande opulencia.
   Añon y Moreau, el poeta, fueron bastante afortunados, porque al fin alcanzaron, como premio de sus versos, un pedazo de la capa de Martin, piadosamente ofrecida en un hospital.
   El primer triunfo del semidios de la literatura de este siglo hizo pensar á su mujer, lo primero, en la cuenta de la panadera. ¡Ah! Ya pocos creen en las visiones de Bethel, y sin embargo Dios sigue apareciéndose al poeta. Este levanta el altar; pero como nadie acude a él, siéntese por último desalentado; las culebras de la duda comienzan á roerle las entrañas, y en sus alucinaciones sueña con ruinas y ve pasar la muerte como el Evangelista desde el peñón de Pathmos.
   Despues de éstas consideraciones que yo me me hago a mí mismo, ¿podría desear que la Venus de Milo permaneciese debajo de los escombros? ¡Ay! Yo también tengo algo de loco y escarbaría la tierra con las uñas para devolver á la luz el precioso mármol. Por lo tanto, no diré á Curros que nos prive de sus versos.

[p. V]

   Pero ¿cómo salir de este aprieto? ¡Que yo hable del arte, cuando de arte no entiendo una palabra! Que yo me pare á contemplar bellezas, siquiera sean tan valiosas como las que contiene este volumen, cuando deseara perforar el mundo hasta sus entrañas en busca de la Muerte, y con ella luchar como Jacob luchó con el angel, hasta derribarla á mis plantas!... (1) 
   ¡Un prólogo! 
   Esto quiere decir, para unos, un estudio crítico de la obra á que va dedicado, y supone, en consecuencia, conocimientos superiores en quien lo escribe, de los medios por los que se llega á  la realización de la idea que motiva dicha obra, además del sentimiento estético necesario para juzgar con acierto, y sabia inteligencia para poder justipreciarla. —Y estos están en lo cierto.
   Pero en general un prólogo es el discurso obligado que el introductor de embajadas pronuncia ante las barbas —siempre venerables—del mismo sugeto á quienva dirigido, y claro está que es un discurso diplomático.
   Para el caso presente, lo acabado sería hacer algunas citas de eminencias (cuantas más, mejor) nacionales y extranjeras (las alemanas y las rusas son las de mayor efecto, y si el ingenio es grande, las prehistóricas y antediluvianas, soberbias), traer, aunque fuera por los cabezones, á los filósofos más modernos ó más á la moda, y por último pegar fuerte en el salterio, en los laú-

   (1) El autor de este trabajo acababa de perder á su madre cuando tuvo necesidad de escribirlo para complacer al autor de la obra, el cual hoy lamenta también igual desgracia.

(Nota del editor)

[p. VI]

des y los sistros para hacer tonalidad con el himno que va á cantar el prologuista en loor del genio prologado, si bien cuidando mucho de advertir por pudor, ó tal vez por falsa modestia, que no es oro todo lo que reluce.
   ¡Pues claro! ¿Qué diría sino el padre Homero desde el viejo trono que ocupa en su tumba secular?
   Con todo esto, es frecuente, lo más frecuente de todas las cosas diarias, ver á más de cuatro poetas minimos montados en las irreprochables narices del buen griego por sus concienzudos prologuistas, que no han reparado en tener el estribo para cometer tamaña irreverencia y desusado escarnio. 
   ¡Bah! ¿Qué valen las polvorientas rimas de Tirteo y de Píndaro, de Virgilio, de Estacio y de Lucano? Otro es el ideal de los novísimos tiempos. Dentro de breves dias, la lámpara de Edison, iluminando hasta lo más abstruso y recóndito de las conciencias y los siglos, nos hará á todos sabios profundísimos, sin necesidad de levantar los velos —cosa al fin pesada— que ocultan la verdad á los ojos del hombre.
   No obstante, hay que hacer constar que la mayor parte de esos abundantes ingenios que alcanzan la fortuna de ser puestos en los cuernos de la luna  por las potentes fuerzas de sus prologuistas —especie de Sansones de las letras— creyendo buenamente (lo que es eso, sí) escribir con la misma pluma con que se compuso el Quijote o el Alcalde de Zalamea, lo que hacen es escribir en griego ó en latin. 

[p. VII]

   A Dios gracias, esto no le acontece á mi amigo, pues sabe perfectamente diferenciar de lenguas.
   El que con reprensible rudeza describió, por dentro y por fuera, á la Señorita de aldea, tan gráficamente levantada sobre el pedestal de la verdad, como sin miramientos galantes esculturada, habla como Tirso, como Herrera, el divino, ó como Luis de León, el fraile. 
   De esta vez quiso contarnos cosas hermosísimas en la dulcísima habla que oyó al nacer; y el acento de su propia madre no le aventajará en ternura, ni nuestros trovadores más afamados en gallardía, gracia y elegancia. 
   Líbreme Dios de caer en la tentación de copiar aquí tal ó cual verso, —como es uso y costumbre entre gentes prologuistas y prologadas,—para probar lo que acabo de decir, y de paso poner miel en los labios del curioso, con objeto de que coja el panal entero y se lo chupe. Figúraseme á mi que el lector está demasiado acostumbrado á este sistema de los prólogos para parar atención en ellos, como no sean de persona ilustre, hijos bien nacidos y bautizados. Pensando de esta manera, renuncio lógicamente á la inveterada usanza, puesto que el que suscribe, al lado de Curros Enríquez, es una sombra que desvanece la luz, apenas perceptible en los vaivenes de la llama, y presumo con acierto que nadie se detendrá á mirar los espinos que brotan con trabajo en el erial, cuando la frescura de las cristalinas aguas convida al goce de las dulces sombras de la floresta.

[p. VIII]

  No pienso cometer la extravagancia de molestar al anciano cantor de Ilion, tomando su nariz griega por escabel de mi amigo, quien se vendria á tierra sin remedio. Pero con perfecta convicción aseguro que si tal vez Goothe le mirara con desdén, porque este ingenio, humano por excelencia, estaba lleno de soberbia, lo mismo que el demonio que alucinó á Fausto; desde Sófocles á Racine, desde Shakespeare á Lope y Calderón, le oirían con benevolencia su hermoso drama El Padre Feijoó.
   Las obras que contiene este libro son de otro género.
   Pero ¡cómo se dilata el pecho al aspirar ese aroma vivificante que despiden las rosas de Galicia, cogidas por la mano del poeta Curros en los campos de su patria!
   Hay una ave de blanca pluma que solamente vive contenta posada en la superficie de los lagos trasparentes, donde se copian las crestas de las montañas con su vejetación exuberante; surca la orilla con las alas levantadas, semejante al bajel de Jasón cuando cruzaba los mares luminosos de la Grecia para ir á coger el Vellocino, y entre las múltiples florecillas que brotan al borde de las aguas, ve una, se detiene, la coge en su armonioso pico y canta luego su hallazgo; dando así maravilloso precio á lo que nadie había apenas sospechado.
   —Y ¿dónde vive esa ave? me preguntareís.
   —Dentro de una mísera cárcel...
   —¿Quién la tiene?

[p. IX]

   Curros, dentro de su forma humana.
   —¿Y la flor?
   —Es La Virgen del Cristal.

                                       JOSÉ OJEA

Cortegada, Marzo 10 de 1880.

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