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DEFENSA EN SEGUNDA INSTANCIA


AUDlENCIA DEL 4 DE MARZO DE 1881




     Empezó dicha audiencia á la una y cuarto de la tarde (1). 
     Dada cuenta por el relator del apuntamiento relativo á esta causa, dijo.
     El Sr. Presidente del Tribubal: El defensor del procesado tiene la palabra. 
     El Sr. Puga y Blanco: (D. Luciano): En defensa de D. Manuel Curros Enriquez, sostengo la pretensión de que la Sala, revocando la sentencia consultada, por la que se condena á mi cliente á la pena de dos años, cuatro meses y un dia de prision correccional, multa de 250 pesetas, accesorias y costas, ha de servirse, por el nuevo fallo que dicte, de conformidad con lo propuesto por el señor fiscal de S. M., declarar que en las composiciones poéticas que han motivado este

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(1) Esta defensa está perfectamente ajustada á las notas taquigráficas tomadas en el acto.

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procedimiento no se ha cometido delito alguno, y señaladamente el definido en el numero 3.º, artículo 240 del Código penal, y, en su consecuencia absolver libremente al expresado D. Manuel Curros Enriquez, con pronunciamientos favorables y costas de oficio, ordenando á la vez que se devuelvan al editor D. Antonio Otero los ejemplares secuestrados; pues así es de hacer en méritos de la más estricta y rigurosa justicia.
     No he de ser yo quien pretenda en la ocasión presente hacer esfuerzos de ingenio para llevar al ánimo de la Sala el convencimiento de la improcedencia del fallo consultado por el señor juez de primera instancia de Orense: afortunadamente para Curros Enriquez, y afortunadamente para mí que le defiendo, y que le defiendo, no sólo por cumplir con los deberes que corresponden al letrado, sino por experimentar la nobilísima satisfacción de contribuir, en la medida de mis escasas fuerzas, al triunfo de una causa justa, y además de justa, honrosa; afortunadamente para ambos, este proceso, por lo mismo que de proceso no tiene más que el nombre, en cuanto á Curros Enriquez se refiere, ha sido ya resuelto con veredicto absolutorio por la conciencia pública: refiérome á la conciencia ilustrada de los hombres de bien.
     Por lo demás, sabe demasiado la Sala que yo no soy bastante audaz; sabe demasiado la Sala que yo no soy bastantemente irrespetuoso para venir aquí, precisamenre aquí, dentro del santuario en que se hace recta aplicación de las leyes, á invocar la conciencia pública, no ya como un medio de imposición, pero ni siquiera como un medio de recomendación en favor del procesado. ¡Líbreme el cielo de incurrir en tan grotesca extravagancia!
     Llamemos en buen hora á la pública opinión soberana del mundo; pero seamos justos, convengamos en que es una soberana que tiene también sus tiranías, y sus veleidades, y sus capri-


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chosos apasionamientos; y convengamos en algo más importante: convengamos en que cuando lo que se discute no es la fama, sino que es la honra ó la vida, la libertad ó la fortuna de los ciudadanos, no hay soberanía que raye á tanta altura como la que se apoya en la independencia de los tribunales de justicia.
     Será que yo siento, cuando esta toga cubre mis hombros, cierta supersticiosa veneración hacia el poder judicial, en grado mas intenso que la que me inspiran, aun respetándolos mucho, los más altos poderes del Estado.
     Si éste, bueno ó malo, es mi criterio y á el he acomodado mi conducta en cuantas ocasiones he tenido la honra de dirigir la palabra al Tribunal, dicho se está que no es, que no puede ser sospechosa en modo alguno, la intención con que yo haya invocado aquí el sentimiento público; puesto que he querido consignar con toda sencillez el hecho de qué aquel se halla tan extraordinariamente sorprendido con la formación de este procedimiento, como profundamente alarmado con la sentencia que le puso término en primera instancia; sorpresa que se explica por los antecedentes mismos que informan el proceso, y alarma que se justifica por la índole del hecho que aparece como justificable ante los timoratos ojos del señor juez de primera instancia de Orense. 
     Ciertamente que la persecución iniciada y con tan remarcable tenacidad sostenida contra Curros Enriquez, entraña un verdadero escándalo jurídico, —permítame la Sala que lo diga sin ofensa para nadie, — y ciertamente que es el inferior quien se destaca en estos autos como responsable en primer término de semejante escándalo, no sé si por un error de su entendimiento, si por una deplorable condescendencia de su voluntad, ó si por ambas cosas á la vez. Sin duda, que el juez sentenciador ha querido rendir un homenaje de respetuosa consideración en aras de la des-


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graciada iniciativa que ha tomado en este asunto el señor obispo de Orense, y es de sentir; que la sumisión incondicional de los poderes públicos del Estado al poder eclesiástico tuvo su época, y no se han escrito en España las Ieyes que rigen los destinos de la sociedad civil para ponerlas al servicio de los intereses del ultramontanismo.
     Estoy muy lejos de pretender inferir Ia más leve ofensa, no ya con la palabra, pero ni siquiera con la intención, al reverendo e ilustre prelado denunciador del supuesto delito que en estos autos se persigue.
     No es el señor obispo de Orense un obispo vulgar: elevado por las relevantes cualidades de su carácter y de su entendimiento á aqueIIa Sede episcopal, en la que está prestando grandísimos  servicios á la causa del catoIicismo, eminentemente virtuoso y profundamente sábio, ha logrado captarse, al propio tiempo que la admiración de sus subordinados jerárquicos, las simpatías de los fieles á quienes enseña y dirige con el ejemplo personal de la más estricta observancia de Ios preceptos, y aún de los consejos evangélicos. 
     Respetarle es un deber ineludible en todos, en los que somos católicos y en los que no son católicos; ofenderle, sería indigno de mí. 
     Pero, puesto que la piedad tiene también sus extravíos, seame permitido lamentar, seame permitido sentir que el venerable prelado, comenzando por ofuscarse en cuanto á Ia intención con que el poeta ha escrito los versos que fueron objeto de denuncia, é inspirándose además en un  sentimiento de triste desconfianza respecto á la eficacia de las censuras eclesiásticas; seame permitido lamentar que el venerable prelado haya abandonado su propio terreno; séame permitido sentir que el venerable prelado se haya salido de su propio terreno para venir á buscar en el procedimiento común y en el Código penal, lo


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que el procedimiento común y el Código penal no pueden darle; que si una experiencia de cerca de diez y nueve siglos nos demuestra que el catolicismo vive y prospera por su propia bondad, no á expensas de ningún género de persecuciones, siquiera el ánimo se aflija al contemplar las que en su nombre se han llevado á cabo, y que la historia registra para eterno baldón de la memoria de los perseguidores, fanáticos los menos, malvados é hipócritas los más; en los tiempos que alcanzamos, en que la libertad del pensamiento y la dignidad de la conciencia se consideran tan necesarias para la vida del alma como el aire para la vida del cuerpo; insensato sería quien pretendiese cubrir con fúnebre crespón la hermosa bandera que lleva escrito en todos los idiomas cultos el lema de la tolerancia, y que, para honra del siglo en que vivimos, ondea triunfante y vencedora en el mundo de las inteligencias.
     Bien pueden mis lábios pronunciar estas palabras, sin que ellas me denuncien á los ojos de nadie como sospechoso de apostasía. 
     He pensado siempre lo mismo: siempre he pensado que no se consagran; siempre he pensado que no pueden consagrarse como buenas las funestas crueldades que deben su orígen á la intolerancia religiosa, ni áun invocando en favor suyo, y para disculparlas, la salvación misma de la fe; que la fe no debe ni ha debido jamás su salvación al exterminio de los hombres, ni se ha regocijado con los ayes lastimeros de las víctimas, ni ha resplandecido con las llamas de las hogueras, constantemente encendidas por el Santo Oficio, ni ha necesitado para arraigar en las almas y para perseverar en las conciencias de otra sangre que de la derramada en el Gólgota por el Hijo de Dios.
     Sí el señor obispo de Orense, que, sin embargo de su notoria sabiduría, está sujeto al error, como están sujetos al error todos los hombres, áun los

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más sábios, de la misma manera que todos los hombres, áun los más santos, están sujetos al pecado; si el señor obispo de Orense, que tanto respeto me inspira, hubiese podido medir con su inteligente mirada toda la gravedad; si hubiese podido medir con su inteligente mirada toda la trascendencia que entraña el hecho deplorable de su poco afortunada intervención inicial en la presente causa, yo no se si será ilusión mia, pero paréceme que Curros Enriquez, merecedor del renombre que es debido á los grandes talentos, no habría tenido que sufrir los rigores y las vejaciones que son el obligado cortejo de los procedimientos de esta índole; y seguramente que la causa de la justicia no habría tenido que pasar por la vergüenza de una humillación bochornosa, siquiera sea susceptible del remedio que yo espero, siquiera sea susceptible del remedio que todos esperamos de la ilustrada rectitud del Tribunal al que tengo el honor de dírigir en este momento la palabra.
     Tiene la Iglesia cristiana, por su propia naturaleza de sociedad perfecta, un poder jurisdiccional para su dirección y gobierno, que nadie le niega, —refiérome á los países católicos;— una autoridad soberana en materias de fe, de costumbres y de disciplina que nadie le disputa, y toda cuanta independencia es necesaria, no solamente para exhortar como madre piadosa al cumplimiento de los deberes religiosos, sino también para corregir con saludables penitencias á los infractores de las leyes, así divinas como eclesiásticas, y hasta para castigar con severas censuras, y hasta para castigar con censuras de diversa indole, á los contumaces en quienes ninguna benéfica influencia ejercen los medios exhortatorios y persuasivos, tan recomendados, en primer término, por una religión en la cual «el arrepentimiento vale tanto como la inocencia misma.»
     No impiden; no pueden, no deben impedir las


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leyes civiles, en los países católicos, el libre ejercicio de aquel poder jurisdiccional, el libre ejercicio de aquella autoridad suprema, tanto más digno de respeto, cuanto más alta es la misión de la Iglesia; y bien convencido estoy de que, sean cualesquiera las relaciones que esta mantenga con los poderes públicos del Estado, la sumisión de los fieles á sus preceptos y á sus consejos, á sus amonestaciones y á sus censuras, es un deber rudimentario de cuyo cumplimiento nadie que de católico se precie puede excusarse en modo alguno.
     Pero sí dentro de este terreno es incontrastable la autoridad de los prelados católicos, permítame la Sala decir, y lo digo salvando todos los respetos que son debidos a las relevantes virtudes del señor obispo de Orense, permítame la Sala decir que, fuera de este terreno, que, fuera del terreno de la enseñanza y de la persuasión, de la amonestación y de la censura, toda iniciativa encaminada á solicitar los rigores de la ley penal en el orden común, prestándose de lleno á ser controvertida, cuando menos por su mayor ó menor oportunidad, cuando menos por su mayor ó menor acierto, no se acomoda al espíritu de benevolencia que resalta en los actos todos de la inmensa mayoría de los obispos españoles, pudiendo citarse, á este propósito, ejemplos recientes del inmortal García Cuesta, y de su sabio y virtuosísimo sucesor el actual arzobispo de Compostela, que es una de la glorias más legítimas del episcopado en todo el mundo católico; ni parece responder á aquellas profundas palabras de San Agustin, que encierran todo un sistema: el más levantado y el más eficaz de todos los sistemas que pueden aplicarse para remediar los errores de los hombres:
     «Por grande que sea el mal que se quiera impedir y el bien que se quiera hacer, es más inconveniente que útil obligar á los hombres por la fuerza, en vez de convencerlos por la enseñanza».


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     ¿Es que Curros Enriquez ha pecado? Es que Curros Enriquez en sus composiciones poéticas ha ofendido la integridad y la pureza de la doctrina declarada y establecida como tal por la Iglesia católica? ¿Es que Curros Enriquez en sus composiciones poéticas se ha hecho merecedor de las censuras eclesiásticas que deben imponerse á todo escritor heterodoxo, ó que deben imponerse á todo escritor irrespetuoso con los dogmas ó con las ceremonias del catolicismo? Pues para examinar este problema, pues para estudiar y resolver este problema, no hay más autoridad que la autoridad de la Iglesia.
     Pero ¿es que Curros Enriquez ha delinquido; pero ¿es que Curros Enriquez, en sus composiciones poeticas, ha cometido algun hecho justiciable, y es que se ha colocado, á la manera que todo delincuente, bajo las duras é inflexibles prescripciones del Código penal? Pues para examinar este problema; pues para estudiar y para resolver este problema, no hay más autoridad que la autoridad de los tribunales de justicia.
     Quiero decir con esto que aquí se da el caso notable de que Curros Enriquez es inocente; quiero decir con esto que aquí se da el caso curioso de que Curros Enriquez aparece siendo inocente después, mucho después de la publicación del volumen en que se contienen las poesías denunciadas, y que, si se halla comprendido dentro de las prescripciones del Código penal, eso solamente ocurre cuando el señor obispo de Orense acude á la autoridad del gobernador de la provincia.
     ¿Qué significa sino el permiso concedido por el gobernador civil de la provincia para la circulación del volumen en que se contienen las poesías denunciadas?—Sellado está el ejemplar que obra en los autos con el sello del gobierno civil.—¿Qué significa sino el silencio observado por el ministerio público en presencia de la publicación de ese volumen que, por la especialidad de su mérito sobresaliente, ha revestido el carácter


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de un verdadero acontecimiento literario en toda Galicia, y señaladamente en la provincia de Orense? ¿Qué significa sino la actitud pasiva en que se encierra el juez de primera instancia ante el hecho notorio de la publicación de un libro que tiene el privilegio de hacerse popular desde los primeros momentos en que ve la luz pública, siendo de notar la circunstancia importantísima de que precisamente se imprime en la cabeza del partido en que ese juez ejerce su jurisdicción?
     ¿Será que los gobernadores civiles están autorizados para prestar su consentimiento y dar su salvo-conducto á los delitos que se cometen contra el libre ejercicio de los cultos? ¿Será que los promotores fiscales no tienen el deber de denunciar ante los tribunales de justicia todos aquellos hechos que sean justiciables, en conformidad á las prescripciones del Código penal? ¿Será que los jueces de primera instancia no están obligados á proceder de oficio, cuando á su conocimiento llega la perpetración de cualquier delito de los que como públicos están definidos en la ley?
     ¿O es que el tal delito no existe para el gobernador de la provincia, ni para el promotor fiscal, ni para el juez de primera instancia, sino cuando como tal es denunciado por la autoridad eclesiástica? ¿O es que una insinuación de la autoridad eclesiástica tiene la virtud de convertir en delitos los hechos que aparecen como inofensivos á los ojos del legislador, y tiene la virtud de convertir en delincuentes los hombres que aparecen como honrados á los ojos de la sociedad?
     ¡No parece sino que los hombres que descuellan entre la mayor parte de sus semejantes por su relativa superioridad; no parece sino que los hombres á quienes el cielo ha concedido el inapreciable privilegio de una inteligencia que se sale fuera del común nivel de las inteligencias humanas; no parece sino que los hombres que


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brillan en el mundo como astros luminosos y que esparcen por doquiera la luz vivísima del genio, están fatalmente predestinados á la persecución y al sufrimiento!
     Procesar á Curros Enriquez, yo no he de decir que haya sido una torpe demostración de debilidad vergonzosa; es de lamentar, sin embargo, que pudiera parecerlo así: condenarle sería, no diré la mayor y más inaudita de todas las iniquidades; pero sí diré el mayor y más inaudito de todos los errores en que pudieran incurrir los tribunales de justicia; error que no puede esperarse de la ilustrada rectitud de la Sala, á cuya deliberación está sometida la suerte de mi patrocinado.
     Si á Curros Enriquez no le salvara su intención recta y honrada; si á Curros Enriquez no le salvaran sus sentimientos eminentemente religiosos; si no le salvara su inocencia misma, salvaríanle los preceptos terminantes del Código penal, y salvaríale, en último término, el número 3.º del art. 868 de la Compilación de las disposiciones vigentes sobre el Enjuiciamiento criminal.
     Protegen las leyes del país el libre ejercicio de los cultos, y muy especialmente el libre ejercicio del culto católico; y para que esa protección no sea ilusoria, y para que esa protección se halle convenientemente asegurada, y para que esa protección se halle efizcamente garantida, castiga el Código con penas más ó menos duras, castiga el Código con penas más ó menos severas, al que escarneciere públicamente algunos de los dogmas ó de las ceremonias de cualquier religión que tenga prosélitos en España.
     Es menester, por lo tanto, para que el delito exista, que haya escarnio público, y que ese escarnio público tenga por objeto, no alguna creencia piadosa, sino algun dogma ó alguna ceremonia de cualquier religión que tenga pro-


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sélitos en España. Es textual: asi terminantemente lo dice el número 3.º del art. 240 del Código penal vigente, precepto á que el señor juez de primera instancia de Orense ha tenido necesidad de dar verdadero tormento para poder presentarlo en su sentencia como aplicable al caso de autos.
     Escarnecer un dogma, es burlarse de él. Escarnecer un dogma, es entregarlo irrespetuosamente, es entregarlo desvergonzadamente al públio ludibrio.
     Escarnecer un dogma, es menospreciarlo con la irrisión, es profanarlo con el insulto.
     Pero no perdamos de vista que el primer elemento del escarnio es la incredulidad, y no perdamos de vista que el segundo elemento del escarnio es la imprudencia.
     El incrédulo podrá escarnecer, y de hecho escarnece, si, traspasando los límites de la incredulidad, llega en su petulante arrogancia á herir no con las armas de la discusión templada, sino con los venenosos dardos del ridículo, lo que hay de más puro y de más sagrado para el hombre de fé, el dogma, ó bien la ceremonia consagrada al culto de la religión que profesa.
     El creyente no escarnece jamás aquello que es objeto de su especial creencia, y bien puede sostenerse esta tesis como axiomática, puesto que, así como hay leyes inmutables que rigen los destinos de la naturaleza en el orden físico, hay leyes igualmente inmutables que rigen los destinos del hombre en el orden moral.
     No causamos mortificación voluntaria en lo que es objeto de nuestro cariño, de la misma manera que no acariciamos lo que es objeto de nuestro odio.
     La estadística universal de todos los crímenes del mundo es bien seguro que no habrá de ofrecernos el solo caso de un padre asesinando á su hijo en nombre del cariño paternal, y es bien seguro que no habrá de ofrecernos el solo ejemplo de un hijo asesinando á su padre en nombre de la


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piedad filial. El rencor, la codicia, los celos, la ira, la venganza, alguna mala pasión, en fin, habrá sido la causa determinante del parricidio: el amor jamás.
     Pues quien crea en el misterio de la Encarnación, es bien seguro que no ha de tener la infeliz ocurrencia que tuvo Suñer y Capdevila de pretender demostrar con textos de la Sagrada Escritura, ni sin textos de la Sagrada Escritura, que Jesucristo no fué el único hijo de María.
     Pues quien crea en el misterio que encierra el santo sacrificio de la Misa, es bien seguro que no ha de arrojar al suelo con deliberación las sagradas Formas de la Eucaristía. No puede ser, no, porque no ha sido nunca, y porque no será jamás. Las creencias, así como los afectos, se rigen también por sus leyes.
     Creer en un dogma y simultáneamente escarnecerlo, es un imposible; es, en el orden moral de las acciones humanas, lo equivalente al principio de contradicción en el orden filosófico; es ser y no ser al mismo tiempo.
     Y bien: quien haya leido una sola vez las bellísimas composiciones de Curros Enriquez, y singularmente aquella que más ha exaltado, y singularmente aquella que más ha conmovido los piadosos sentimientos del señor juez de primera instancia de Orense, tendrá que confesar, si no se obstina en cerrar los ojos á la evidencia misma, que el distinguido poeta acepta y reconoce como una verdad positiva é innegable, tendrá que confesar que el distinguido poeta acepta y reconoce como un principio seguro e incontrovertible la existencia de Dios; la existencia de Dios, que no es ciertamente dogma exclusivo de la religión católica, sino que es la base, por decirlo así, de donde arrancan los dogmas todos de todas las religiones monoteistas.
     Como que Curros Enríquez, ateo, no podría ser lo que es; como que Curros Enriquez, ateo, no podría ser un gran poeta; que no es el ateismo


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uente
[sic] de inspiración ni manantial purísimo de donde puedan brotar hermosas concepciones ni pensamientos sublimes; que es el ateismo, al propio tiempo que la negación de Dios, la negación de todo lo grande y de todo lo bello, la negación de todo lo que es por sí mismo bastante poderoso para elevar el entendimiento y el corazón del hombre sobre las crueles decepciones y sobre las profundas tristezas que se experimentan en el oscuro y difícil camino de la vida; que es el ateísmo el sepulcro del alma, y de los sepulcros no surge más que lúgubre silencio, y de los sepulcros no podemos aspirar dulces aromas, sino las negras y frías emanaciones de la muerte.
     Al condenar á Curros Enriquez en la sentencia de autos se le ofende, y no se ofende solamente á Curros Enriquez: se ofende también á la razón y al buen sentido.
     ¡Qué ha escarnecido el dogma de la existencia de Dios; qué ha hecho uso de frases y de conceptos que inducen á la mofa y al desprecio de la Divinidad! Suerte poco envidiable habrían de correr Joân Timoneda, Valdivieso, Lope de Vega, Calderón de la Barca y otros muchos ilustres poetas, si hubiesen tenido la desgracia de ser sometidos á un procedimiento criminal, cuya instrucción y fallo se cometiesen á un juez del criterio del señor juez de primera instancia de Orense.
     Aquellos poetas, que son gloria y ornamento de la literatura española; aquellos poetas que han brillado tanto por su genio como por su ardiente amor á la causa del catolicismo, tendrían que ir á los presidios á confundirse entre los ladrones y los estafadores, entre los incendiarios y los salteadores de caminos; dado que lograsen sustraerse á los martirios del tormento y tal vez á los horrores de algun auto de fé, si sus famosas obras sacro-dramáticas se hubiesen juzgado con el peregrino criterio con que se juzgan las notables composiciones del distinguido autor de Aires d'a miña terra.


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     En un Auto Sacramental de Joân Timoneda, titulado Los desposorios de Cristo, figuran en escena, entre otros personajes, Dios Padre, Jesucristo, la Naturaleza humana, Adan y la Vida contemplativa. Puesta la mesa para el banquete con que van á celebrarse las bodas de Cristo con la Naturaleza, Dios Padre, que desempeña el papel de rey, dispone la colocación respectiva de los asistentes, hablando en estos términos:

   Siéntense de esta manera:
Vos, mi Hijo Soberano,
En medio, á la cabecera;
La esposa al lado en frontera.
Vos, Adan, á estotra mano.
La Vida contemplativa
Servirá los desposados
Y á la esposa de bebida.

     ¡Dios Padre saliendo á la escena y hablando en este lenguaje, y retirándose entre bastidores, y ofreciéndose á la multitud bajo la figura de un comediante vulgar! Cuánta irreverencia y cuánto escarnio!
     Y sin embargo, no hay irreverencia ni hay escarnio en unos Autos Sacramentales, á propósito de los que decía en su tiempo el Consejo de Castilla que se representaban en presencia de S.M., sin escandalizar ni turbar la piedad más escrupulosa.
     En otro Auto, consagrado, como casi todos ellos, á celebrar la fiesta del Santísimo Sacramento, entra en escena el Celo y anuncia que en la plaza da la Bienaventurada Virgen se vende vino nuevo del Heredero del reino del Cielo á tres maravedís, Fé, Esperanza y Caridad.
     En un Auto Natalicio, representado en Zaragoza el año de 1487 en obsequio á los Reyes Católicos, cuyos gastos fueron costeados por el arzobispo y el cabildo de la diócesis, además de la Sacra Familia, representada por «marido, mujer y fijo, porque el misterio fuese más devotamen-


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te,» interviene en la obra y preséntase en escena, como uno de los principales personajes, el Padre Eterno con guantes.
    ¡Qué más! En otro Auto Sacramental —y ceso en este género de citas, porque no quiero hacerme pesado,— están en escena, y sobre esto llamo muy especialmente la atención de la Sala, están en escena la Fragilidad, la Desobediencia y la Justicia Divina: la Fragilidad y la Desobediencia gimen, y la Justicia Divina exclama:

Que me maten, si el gemido
No es de aquellos traidores
Falsos prevaricadores... etc.

     ¡Que me maten! especie de juramento puesto en boca de la Justicia Divina, equivalente, sin duda, al estribillo Q'o demo me leve, que Curros Enriquez pone en boca de Dios, sin que aquella frase ni esta puedan tomarse en su significación literal, puesto que es tan monstruoso pensar en que á Dios pueda llevarlo el diablo, como es monstruoso pensar en que la Justicia Divina pueda morir.
     ¿Qué pretende el poeta que escribe el Auto, títulado el Triunfo del Sacramento, auto tan celebrado como todos los de su género por las personas piadosas; qué pretende al poner en boca de Dios aquella frase, que si hubiese de entenderse de una manera gramatical entrañaría un notorio escarnio respecto á los atributos de la Divinidad? Pues pretende dar energía á un pensamiento; y como quiera que la Justicia Divina aparece representada en la escena bajo la forma de una figura humana, es visto que la Justicia Divina se manifiesta haciendo uso del lenguaje de que hacen uso los hombres para expresar sus pensamientos.
     ¿Y habrá de decirse que Curros Enriquez es un impío, y habrá de decirse que Curros Enriquez hace irrisión de la Divinidad, miéntras pueda sostenerse, como se sostiene aún en los tiempos modernos, que los Autos Sacramentales, á pesar de sus toscas alegorías y de sus extravagantes de-


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formidades, han cumplido en nuestro teatro la misión civilizadora de poner al alcance común las verdades más sublimes de la religión católica?
     ¡Conque Curros Enriquez es un impío por poner en boca de Dios una frase que en el dilecto gallego está revestida de la mayor ingenuidad y de la mayor sencillez, como que de ella hacen uso las personas más piadosas y más devotas; conque Curros Enriquez es un impío por poner en boca de Dios una frase tanto más inocente y tanto más inofensiva, cuanto que es, además de antonomástica, puramente automática; conque Curros Enriquez es un impío, sin embargo de que en todos y cada uno de los versos de la poesía á que aludimos se descubre una intención altamente moral, una intención eminentemente cristiana; y Joân Timoneda, y Lope de Vega, y Maestro Josef de Valdivieso, y Fray Gabriel Tellez, y Calderón de la Barca son unos santos, y unos esforzados campeones del catolicismo, presentando en los escenarios de los teatros al Padre Eterno sentado á una mesa, hablando como se puede hablar en una fonda; comparando á la Fé, la Esperanza y la Caridad con la más despreciable de las monedas entónces conocidas, y la Justicia Divina pronunciando las palabras que me maten, que ya quedan apuntadas, y que tan impropias son para atribuirlas á la Divinidad!
     No daría pruebas de recto juicio, ni siquiera de un mediano conocimiento de nuestra historia y de nuestra literatura, quien pretendiese fulminar censuras de esta índole sobre los Autos Sacramentales, cuando tan grandes beneficios produjeron en el órden religioso, y cuando tan grande renombre conquistaron para sus autores aún en el mismo órden literario.
     Pero es que Curros Enriquez tiene en su favor, sobre todas, una circunstancia importantísima, una circunstancia tan importante como decisiva en el presente caso, y sobre la cual me permito llamar la ilustrada consideración del Tribunal.


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Curros Enriquez no escribe sus versos en el idioma nacional: Curros Enriquez escribe sus versos en el dialecto del país, y el dialecto del país, á diferencia del idioma nacional, es escaso en modismos, es pobre en conceptos, no tiene abundancia de palabras ni riqueza de frases, para que el escritor, y menos el poeta, puede eligir unas con preferencia á otras.
     La pureza y la integridad del dialecto mismo exigen el empleo de los modismos y de los estribillos de uso común, si es que ha de darse á la composición poética, siempre que esa composición sea del género de la que estamos examinando, la gracia peculiar del país, que tanto la embellece, el sabor local, que tanto la caracteriza.
     Una composición poética escrita en el dialecto gallego y salpicada de frases rebuscadas en el idioma nacional, haríanos el mismo efecto, —permítaseme la comparación,— el mismo efecto que una gallarda moza de nuestras montañas, vestida con el tradicional mantelo, la negra chaquetilla de mangas apretadas y el insinuante dengue encarnado, llevando al propio tiempo sobre la cabeza, en vez de la blanca y graciosa cofia, el elegante sombrero ó el finísimo velo de que suelen hacer uso las damas distinguidas de nuestra sociedad.
     El dialecto gallego está muy lejos de ocupar un lugar elevado en las jerarquías del lenguaje. Yo no sé si estaré exacto al decir que no debe su existencia, su desarrollo ni su conservación á monumentos literarios; así como me parece que no ha progresado en ningún tiempo bajo la influencia de trabajos gramaticales ó lexiológicos más o ménos importantes. Relegado á la proscripción por los centros, que se dicen ilustrados, y casi exclusivamente consagrado á la satisfacción de las limitadísimas necesidades de nuestras clases agrícolas, parece renacer hoy al impulso de las famosas églogas de Pintos, de los tiernísimos cantos de Alberto Camino, de Eduar-


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do Pondal y de Lamas Carvajal, de los intencionados epigramas de Añón, de las inimitables concepciones de Rosalía Castro de Murguía, la simpática y elegante poetisa que ha sabido encerrar dentro de sus Cantares Gallegos y de sus Follas novas todas las esperanzas y todos los desalientos, todos los consuelos y todos los dolores, todas las alegrías y todas las tristezas de este país sin ventura, y parece renacer hoy, por fin, al impulso de la portentosa inspiración de Curros Enriquez, cuyas composiciones no pueden leerse sin que impresionen profundamente el ánimo y sin que despierten hácia su popular autor, más popular que afortunado, un doble sentimiento de admiración y simpatía.
     Tiene el dialecto del país, sea cualquiera el concepto que nos merezca, su fisonomía propia, sus rasgos peculiares y exclusivos, sus modismos y sus estribillos inadecuables á los demás dialectos, y más inadecuables todavía á la lengua castellana: traducirlos, es desnaturalizarlos; traducirlos, es hacerles perder su colorido y su intención; traducirlos, es despojarlos de la malicia ó de la sencillez que encierran.
     Si aún dentro de los idiomas mismos que tienen una elevación análoga —y puedo referirme, por ejemplo, al idioma francés con relación al español— las traducciones literales que se hacen del verso á la prosa no pueden mantener íntegro el sentido que el autor se ha propuesto dar á la obra, y esta resulta pálida y contrahecha, enclenque y desfigurada; si tenemos presente la marcada inferioridad que nos ofrece el dialecto del país con relación al idioma nacional, es visto que toda traducción literal del verso gallego á la prosa castellana habrá de resintirse forzosamente, no ya de falta de colorido, sinó de falta de exactitud en el pensamiento que hubiese querido desarrollar el autor; como que hay frases que si materialmente pueden traducirse, porque son traducibles las palabras de que se componen,


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traducirlas equivale, no obstante, á hacerlas perder su debilidad ó su fuerza, su inercia ó su viveza, su inocencia ó su malicia, su peculiaridad, su intención; en fin, traducirlas es aniquilarlas. No encuentro frase más apropiada al caso: traducirlas es aniquilarlas.
     La frase Q'o demo me leve, traducida al castellano y puesta en boca de Dios, entraña una grave irreverencia; y eso consiste en que las personas que cultivan el idioma nacional y que hacen uso de él para expresar sus pensamientos, rechazan esa frase por inculta. Que el demonio me lleve, nadie lo dice predicando, haciendo un discurso parlamentario, ó un informe forense; es más: nadie lo dice en un círculo social compuesto de personas medianamente distinguidas. Poeta ramplón y menos que poeta ramplón, coplero de baja estofa sería, por consiguiente, el que, pretendiendo hacer una composición poética en el idioma nacional, y presentando á Dios como sujeto y á la moralidad como objeto, pusiera en boca de Dios aquella frase que es, además de irreverente puesta en boca de Dios, grotesca bajo el aspecto puramente literario.
     Pero en el dialecto gallego la frase no es irreverente ni es grotesca; es de uso común, es inofensiva y oportuna; de uso común, porque la emplean los ilustrados y los ignorantes; inofensiva, por lo puramente rutinaria y automática; y oportuna, porque no puede ser sustituida ventajosamente, ni hay siquiera para ella equivalente en el hueco en que se la coloca.
     Recuerdo á este propósito unos versos de carácter profundamente religioso, y que, por consiguiente, se han publicado y circularon sin escándalo de nadie, ni aun de las personas más piadosas. El poeta que los suscribe bajo las iniciales G. M., traza un cuadro lleno de animación y de vida, presentándonos á un pecador que no quiso enmedarse ni arrepentirse, porque estaba dominado por la incredulidad, y fiado en último


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término en que había conocido y tratara en este mundo á San Pedro, á quien tuviera ocasión de hacer algún pequeño servicio. El pecador se llama Juan; entregado durante su vida á todos los desórdenes y á todos los desenfrenos de las más vergonzosas y repugnantes pasiones, muere, como dije antes, sin dar señales de arrepentimiento. Llega á las puertas del cielo y llama con cierta cándida familiaridad; San Pedro lo reconoce y lo rechaza; exige, porfía, suplica, últimamente invoca su amistad en vida con el Santo, y tiene la peregrina ocurrencia de proponer á este que le deje entrar en el cielo subrepticiamente, prometiéndole que se meterá en el más oscuro y apartado rincón del Paraíso, sin que Dios de ello se aperciba. Ya cansado San Pedro de tan impertinente é inútil insistencia, exclama:

   ¡Miren á canto s'atreve!
Vaite, Xan, non lle dés vortas,
Vaite, qu'eu non ch'abro as portas,
Inda q'o demo me leve...

     Que en castellano quiere decir:

   ¡Miren á cuánto se atreve!
Vete, Juan, no le des vueltas,
Vete, no te abro las puertas,
Así el demonio me lleve.

La frase es dura; la frase ofende al oido, dicha en castellano; mas si nos figuramos á San Pedro hablando en el dialecto gallego, la frase es tan ingénua y tan sencilla, que el Santo puede aparecer pronunciándola, sin que el poeta y los que lean la composición suya, tengan por ello necesidad de tomar agua bendita.
     ¿Qué alcance puede tener, pues, esa misma frase Q'o demo me leve, puesta en boca de Dios, si

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el sentido de los versos en que de ella se hace uso no es inmoral ni es anticristiano?
     Convengamos en que aquí se persigue un verdadero fantasma; y convengamos en que es puramente imaginario el cargo que se dirige á Curros Enriquez por haber puesto en boca de Dios una frase que, escrita en el dialecto del país, está muy lejos de inducir al desprecio de la Divinidad.
     En todo caso seríamos más justos afirmando, y esto es importantísimo, que el mal consiste en que se nos represente á Dios bajo la imagen de una figura humana, como se le representa en los altares, desde los primeros siglos de la Iglesia, y como se lo representa el vulgo, que tiene de Dios un concepto meramente plástico.
     Sin ir más lejos, en la catedral de Santiago, Dios aparece representado bajo la figura de un viejo sentado en un gran sillón y presidiendo la Corte celestial.
     Pues si á Dios se le representa á nuestros ojos bajo la figura de un viejo, y en ello no se falta en nada á las exigencias del culto católico, esa representación misma viene á constituir la premisa, por decirlo así, de la cual el poeta va deduciendo sus naturales consecuencias.
     ¿Viejo? Pues la vejez suele tener achaques.— ¿Sale á dar un paseo? Pues se cansa. ¿Hace uso del sentido de la vista? Pues la luz del sol le ofende.— Y porque se cansa, necesita sentarse; y porque la luz del sol le ofende, necesita hacer uso de gafas verdes; y Dios, así representado bajo la figura de un viejo, si habla en el dialecto gallego, tiene que hacer uso de las mismas palabras y de las mismas frases de que los gallegos hacemos uso para expresar nuestras ideas; y como los gallegos cuando hablamos en nuestro dialecto, hacemos uso frecuente de la frase Q'o demo me leve, aun en las conversaciones más atildadas y más cultas, ponerla en boca de Dios, cuando nosotros la empleamos rutinariamente, sin darle la significación que literalmente tiene, cuando nosotros la


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empleamos con candorosa ingenuidad, no entraña irreverencia, no puede entrañar irreverencia alguna, y muchísimo menos intención de escarnecer.
     ¿Será que Dios sea viejo ó mozo para el concepto de Curros Enriquez; será que Dios ande y se mueva, como andan y se mueven los mortales, y será que Dios se fatigue, y se canse, y que necesite reposar, y que necesite hacer uso de gafas verdes, ó de gafas azules, y que se sorprenda ó que deje de sorprenderse al contemplar las abominaciones de los hombres?
     Precisamente el poeta satiriza el concepto material que de Dios tiene formado el vulgo de las gentes; y si no quiere verse clara esta tendencia en la composición de que nos estamos ocupando, habrá que convenir al menos en que Curros Enriquez hace uso del lenguaje figurado, que es el lenguaje de la poesía.
     Tampoco el sol tiene cabellos de oro; ni es cierto que la inocente caricia de un niño se parezca á un sonrisa del cielo, porque el cielo no sonríe nunca; ni es verdad que las fuentes murmuren; ni es exacto que sean de plata las ondas que forman los rios, aun cuando se hallen iluminadas por la blanca luz de la luna; ni hay dientes que sean de perlas; ni labios de carmín, ni ojos que despidan rayos de fuego; ni el viento tiene alas; ni es de alfombra el verde musgo con que se hallan tapizados los más hermosos vejetales; ni son diamantes las gotas de rocío posadas sobre la menuda hierba de los campos; ni el aroma de las flores habla; ni la pátria tiene corazón; ni las leyes tienen espíritu; ni hay elocuencia en el silencio; ni las más tiernas inspiraciones de Bellini son capaces de trasportar nuestra alma á las regiones del cielo, ni hay montañas cuyas cúspides se pierdan en la inmensidad del espacio.
     Y todo esto se dice, y nada de esto es verdad.
     Si á mí no puede en justicia expedírseme patente de literato, que, dicho sea entre paréntesis,


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harto comprendo que no la merezco, fuerza es confesar que el señor juez de primera instancia de Orense se resiente, y no poco, de su escasa afición a los estudios de esta índole; y fuerza es confesar que el precioso romance Mirand' ó chau, no estuvo ni pudo estar á su alcance, cuando en él principalmente hubo de fundarse para dictar contra Curros Enriquez una sentencia condenatoria.
     La Sala me permitirá que lo lea, y que después de leerlo original, lea también una traducción del mismo romance al castellano y en verso, que hemos acompañado á nuestro escrito de defensa, traducción que, aunque pálida y descolorida, interpreta siquiera fielmente el pensamiento del poeta, mientras que la traducción literal que obra en autos, y que la Sala ha oído de labios del relator, por lo mismo que es literal, desnaturalizando el pensamiento y violentando el sentido que Curros Enriquez ha querido dar á sus versos, si no es digna de que se la desprecie, ya que no debemos suponer que con ella se haya querido tender una red infame á nuestro defendido, es digna, cuando menos, de que se la olvide.
     Juzgue ahora la Sala al procesado por la traducción de estos versos, traducción que, como acomodada, en cuanto puede estarlo, á la letra del original, si le falta la gracia y la energía de éste, tiene, en cambio, para nuestro propósito, el mérito incontestable de redejar con toda fidelidad el pensamiento del autor. Dice así:


MIRANDO AL SUELO

     ==========

   No hallaba el Eterno
En qué entretenerse;
Y harto de estar solo,


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Cavilando siempre
En forjar castigos
Que al réprobo enfrenen,
La causa buscando
De la cual depende
Que tan pocos justos
En su gloria entren;
Dejando del cielo
Los vastos verjeles,
De paseo un dia
Salió, según suele.
De sus mil achaques
Para distraerse.

   Como es viejecillo,
Y el pobre no tiene
Salud, pues le pesan
Los años crueles,
Cansóse al momento;
Mas quiso la suerte
Que hallase un asiento
Cercano, y, alegre,
Por entre una nube
Sacando la frente,
El átomo tierra
Buscó inútilmente;
Y ¿cuánto apostamos,
Se dijo entre dientes,
A que no la encuentro?
¡Mentira parece!


   Por fin debió hallarla,
Si el cuento no miente,
Porque, á poco de esto,
Ceñudo y solemne,
Quedó contemplando
Con ojos que hieren,
Un bulto que el bulto
De un hombre parece.
Mirólo despacio


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Y vió que era un vientre
Vistiendo las sedas
Más ricas de Oriente.
Sentado en un solio
Que envidian los reyes
Y en clámide envuelto
De cálidas pieles,
Bostezos lanzando
De hartura insolente,
Del globo, su esclavo,
Demanda presentes.
Y si hay algun loco
Que, pobre ó rebelde,
No tenga dinero,
Ó audaz se lo niegue,
El vientre que, mudo,
Hablar sabe á veces,
Ruge desde el trono:
«¡Maldito el hereje!»
Y esto basta y sobra
Para que le quemen.
Tal mónstruo mirando,
Dios dijo entre dientes:
¡Qué horror! Y... ¿tú es petrus?
¡Mentira parece!

   Volviendo á otro lado
Su faz imponente,
Miró levantarse
Rodeado de plebe
Que esperaba al verdugo
Quizá indiferente,
La horca, recuerdo
De bárbaras leyes.
La víctima llega;
¡Tal vez un imbécil!
Tal vez está loco,
Tal vez inocente.
Mejor que matarle
(Que al fin es la muerte
Un lecho do el hombre


[p. 226]


Descansa por siempre),
Mejor que matarle,
Quizá conviniese
Meterlo en el fondo
De cuatro paredes,
O haciendo que arrastren
Sus piés un grillete,
Mandarle abrir túneles
Y montes estériles,
Diciéndole: «LLora,
Trabaja y padece:
Renuncia á ser libre,
Pues serlo no quieres!»
Mas ¡ay! que es preciso
Que muera el que peque,
Y muere el culpable
Y el crimen... ¡no muere!
Escandalizado,
Dios dijo entre dientes:
¡Y es esto justicia!
¡Mentira parece!

   Suspenso y atónito,
No léjos moverse
Miró de labriegos
Un hato indigente.
Exhaustos y faltos
De pan y de albergue,
Parecen cadáveres,
Espectros parecen.
Hozando sin tregua
La capa terrestre,
Cual topos humanos
Que el cieno revuelven,
La pródiga sangre
Perdiendo á torrentes,
Un suelo trabajan
Que aún ellos no tienen...
Trabajan... y el fruto
Que tras doce meses
De lucha, recogen


[p. 227]


Del predio que atienden,
Entre el señorío
Y entre los lebreles
Del fisco y la curia,
¡Ay! todo lo pierden;
Quedándose al cabe
De tantos reveses
Sin pan sus hijuelos,
Sus campos sin germen.
Y en tanto en la aldea
Todo esto acontece,
«Hay leyes, se dice,
Que al pobre protegen.»
Pues yo no las veo,
Dios dijo entre dientes:
Pues yo no las veo...
¡Mentira parece!

   No es esto lo único
Que el mundo le ofrece;
Que á través mirando
De sus gafas verdes,
Vió acostarse pobres
Que se alzan marqueses;
En tales contratos
Entrar tales gentes,
Que al cabo de un año
Ni lecho poseen:
Soldados cobardes
Llegar á ser jefes,
Y morir oscuros
Los más grandes héroes;
Pasar por honrados
Granujas solemnes,
Por santos los pillos,
Por justos los débiles:
Subir á altos puestos
Los que á la horca deben,
Y arrastrar carroza
Quien debe un grillete.
Llegar á ser Cresos


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Tratantes de aceite,
Y comprar la gloria
Prestando á intereses.
Viendo esto, Dios dijo,
Hablando entre dientes:
¡Estoy asombrado!
¡Mentira parece!

   Con asco apartando
Sus ojos celestes,
Aún en otras cosas
Paró Dios sus mientes.
Vió malos gobiernos
Que, falsos y aleves,
A costa del pueblo
Engordan y crecen.
Curas que, feroces
Cual lobos monteses,
El fusil al hombro
Hablan á los fieles;
Ricos que, robando,
Grandezas adquieren.
Médicos de quintas
Que dan por enclenques
(Mediante cuatro onzas,
Cuando no son siete),
Mozos que á la postre
El camino emprenden
Que al servicio lleva,
Cuando no á la muerte:
Hambrientos ancianos,
Desnudas mujeres,
Niños ignorantes
Que entre sombras crecen,
Y, en fin, tantas cosas
Que no deben verse,
Que Dios espantado,
Y cruces haciéndose
Sabida la causa
De que el diablo medre,
Metióse en su gloria


[p. 229]


Diciendo entre dientes:
¡Parece mentira!
¡Mentira parece!

     No se me oculta que podrá objetarse por alguien que desconozca las condiciones íntimas de nuestro dialecto, que la frase ¡mentira parece! no traduce con la debida exactitud el estribillo final Q'o demo me leve, de las estrofas del romance que acabo de leer: pero si no traduce la letra de ese estribillo, traduce su intención y su alcance; y como quiera que no por la letra, y si por la intención, hemos de juzgar al autor, cuando pretendemos sujetarlo, no á los juicios de una crítica literaria más ó menos recta y desapasionada, sino á las responsabilidades de la ley penal, es visto que aquella objeción carece de fuerza, y que por su propio peso viene á tierra, como desprovista de fundamento ó de base en que apoyarse.
     Pero hay más: Curros Enriquez no había soñado en componer sus versos cuando en 1869 se publicó la única Gramática gallega que los honores de tal merece, obra del modesto e ilustrado presbítero D. Juan A. Saco y Arce. En esa Gramática, pág. 218, el respetable presbítero, bajo el epígrafe Modismos notables, señala, entre otros, el siguiente: D'o demo, que literalmente traducido al castellano, ya lo sabe la Sala, quiere decir Del Diablo, y cuya significación en el país es, sin embargo, esta, según Saco y Arce: ¡Vaya que es ocurrencia! y aún esta otra: ¿qué tiene de extraño? Aquí está un ejemplar de esta Gramática á la disposición del Tribunal.
     Preguntemos á un aldeano de nuestros campos si quiere que le aumenten la contribución, eterna pesadilla de los infelices esclavos del caciquismo rural; preguntémosle si quiere que le aumenten la contribución ó si desea que declaren soldado á un hijo suyo, y nos contestará en el acto: ¡Do demo! ó lo que es lo mismo: ¡Vaya, que es ocurrencia; vaya, que es pregunta!

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     Un dato más, deducido de otros versos de Curros Enriquez, publicados en el mismo volumen, uno de cuyos ejemplares anda unido á los autos; versos que se titulan A Virxe d'o Cristal, asunto el más hermoso á que el genio del poeta pudo haberse consagrado: una maravilla de arte, de belleza, de expresión; una maravilla de idealismo, de dulzura y de sentimiento. No exagero: será incompetencia mia, pero paréceme que no se puede escribir nada mejor.

     Y en verdad que, al pronunciar mis labios la Virgen del Cristal, me asalta uno de esos recuerdos vivísimos, uno de esos recuerdos tenaces y enérgicos que resisten la mano cruel de los años, y que, más que grabados en la memoria, parecen grabados en el fondo del alma, como destinados á vivir con nosotros aún despues de la muerte.

     Era el año de 1854 (permítame la Sala esta pequeña digresión); era el año de 1854; el cólera, que á la sazón causaba estragos en muchas provincias de España, y singularmente en la de Orense, iba invadiendo uno por uno los pueblos, iba invadiendo una por una las aldeas de esta hermosísima provincia; pero no se contentaba con diezmar, sino que arrebataba familias enteras y caseríos enteros, y nunca como entonces pudo creerse que en aquellas bellísimas comarcas quedasen insepultos los cadáveres, no por falta de piedad en los vivos, sino por exceso de crueldad en la implacable peste.

     El natural temor que tenía sobrecogidos los ánimos de las regiones más afortunadas, pronto hubo de trocarse en formidable espanto: «¡Ya está el cólera entre nosotros!» se dijo, y la fatal noticia circuló con la rapidez del rayo, imprimiendo, es cierto, en todos los semblantes las primeras huellas de la muerte, pero arrancando á la vez de todos los pechos un grito de consoladora esperanza. «¡A la Virgen del Cristal!» Fué la enseña de salvación para todos; y los creyentes y los

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incrédulos, y los jóvenes y los ancianos, y las mujeres y los niños, dejando absolutamente desiertos los hogares, corrieron presurosos á rodear la ermita y á sacar en procesión la venerada imagen de la Vírgen.

     Todas las madres llevaron á sus pequeños hijos para que presenciasen aquel tiernísimo espectáculo.

     La mia, que era una santa, también me llevó á mí.

     Todavía resuena en mis oidos el universal clamoreo con que fué recibida la Virgen á su salida de la ermita.

     ¡Cuánta fe se despierta en esos supremos momentos!

     Arrodillados los unos, descalzos los otros, todos con las lágrimas en los ojos y con plegarias no interrumpidas en los labios, invocando la intercesión poderosa de la Madre de Dios, seguímosla por aquellas comarcas, y acompañámosla de regreso hasta dejarla nuevamente posesionada de su altar.

     No se me oculta que el hecho tiene una explicación satisfactoria dentro de las leyes de la naturaleza; pero es lo cierto que al dia siguiente el cólera había desaparecido.

     Yo también me cuento en el número de aquellas gentes sencillas que tienen una fe inquebrantable en la protección de la Vírgen; yo también me cuento en el número de aquellas gentes sencillas que esperan de la piedad de la Vírgen el alivio que en la piedad de los hombres no suelen encontrar los dolores de la vida.

     Y lo digo sin temor á las rechiflas de los espíritus fuertes. Cuando la fé es tolerante con la incredulidad, bien puede la incredulidad, y no es favor alguno, y no es gracia alguna, bien puede la incredulidad ser tolerante con la fé.

     Pues Curros Enriquez, y pido á la Sala mil perdones por esta digresión, que casi no he podido evitar; pues Curros Enriquez recoge las tra-

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diciones que circulan por el país á propósito de la aparición de la Vírgen á una aldeana de aquellas hermosas campiñas, y escribe su admirable leyenda, que, como dije antes, es un portento de inspiración y de ternura.

     La Vírgen apareciérase en sueños á la aldeana, que se llama Rosa, y cumpliendo su promesa, vuelve á prensentarse á ella, encerrada dentro de un pequeño cristal. Toma Rosa el cristal entre las manos, y, en un monólogo de inimitable delicadeza poética, exclama mirando entusiasmada á la Vírgen:

«¡Qué ollos, qué mirada, qué beizos, qué cabelo,
Qué orellas, qué mantelo, que frent' anacarada
¡Qué diaño de muller!»

     Que traducido al castellano quiere decir:

«¡Qué ojos, qué mirada, qué lábios, qué cabello
Qué orejas, qué mantelo, qué frente nacarada!
¡Qué diablo de mujer!»

     ¿Qué diablo de mujer? No: qué embeleso, qué encanto de mujer: eso es lo que quiere significar Rosa cuando, al mirar entusiasmada á la Vírgen, exclama: ¡Qué diaño de muller!.
     ¿Quiere verse cuál es el sentido de esta composición sin rival? Pues oigamos á Curros Enriquez, dirigiéndose á sus lectores y haciendo referencia á la Vírgen:

     S'escasos de fortuna bicades a sua pranta
Si á vistála vades faltiños de salú,
Secorrerávos logo a milagrosa Santa;
N'o mundo no hay outra que teña máis virtú.»

     De tristes agarimo, de probes esperanza,
D'os namorados guía, sostén d'o labrador,


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Canto de Dios quixere, tanto de Dios alcanza.
Non hay quen lle non deba consolos e favor.

     He aquí, vertidos al castellano, estos versos, mala versión, por supuesto, porque yo no soy poeta:

     Si escasos de fortuna besárais su planta,
Si á visitarla vais con falta de salud,
Socorreráos luego la milagrosa Santa;
En el mundo no hay otra que tenga más virtud.

     Amparo de los tristes, de pobres esperanza,
De enamorados guía, sostén del labrador,
Cuanto de Dios quisiere, tanto de Dios alcanza;
No hay quien no le deba consuelos y favor.

     ¡Y llamar á Curros Enriquez impío! Aun cuando él mismo aseverase esa impiedad, yo no lo creería.
     Así divorciada la significación literal de la significación intencional que corresponde á las frases y á los modismos que son peculiares de nuestro dialecto, es de sentido común que cometeríamos una repugnante injusticia juzgando á Curros Enriquez por la letra del famoso estribillo: Q'o demo me leve.
     Y bien: si prescindimos de la letra, ¿qué es lo que se descubre en el fondo; qué es lo que la investigación más imparcial y mas desapasionada; qué es lo que la crítica más fría y más severa puede descubrir en el fondo de estos versos?
     Dios aparece pasando revista á las cosas de la tierra, y son tales y de tal magnitud las abominaciones de los hombres, tales y de tal índole los vicios que dominan al mundo, y las miserias que le rodean, y las inmoralidades que por todas partes se advierten, que la indignación divina parece rebelarse en una especie de protesta que

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podría sintetizarse así: «No; no es éste el mundo que yo hice; ni tú eres Pedro, ni ésta es Justicia, ni aquellas son leyes, ni en los odiosos frutos de las mezquinas pasiones que subyugan el corazón humano reconozco Yo mi obra predilecta, el hombre: no; no este el mundo que Yo hice.»
     En la defensa escrita de primera instancia, que es sin duda un admirable trabajo, así en el órden jurídico como en el órden literario, bien que lleva la firma de uno de los abogados más ilustres de Galicia, bien que lleva la firma de un abogado que honra nuestro foro, en esa magnífica defensa escrita, se dice con gran acierto que Curros Enriquez, al escibir la composición en que nos estamos ocupando parece haberse inspirado en los versículos 5, 6 y 7, capítulo 6.º del Génesis:
     Videns auten Deus quod multa malitia hominum esset in terra, et cuncta cogitatio cordis intenta esset ad malum omni tempore,
     Poenituit cum quod hominem fecisset in terrat et factus dolore cordis intrinsecus,
     Delebo, inquit, hominem, quem creavi, á facie terræ, ab homine usque ad animantia, á reptili usque ad volucres coeli: poenitet enim me fecisse eos.
     Y viendo Dios que era mucha la malicia de los hombres sobre la tierra, y que todos los pensamientos del corazon eran inclinados al mal en todo tiempo,
     Arrepintióse de haber hecho al hombre en la tierra. Y tocado de intimo dolor de corazon,
     Borraré, dijo, de la haz de la tierra al hombre que he creado, desde el hombre hasta los animales, desde el reptil hasta las aves del cielo; porque me arrepiento de haberlos hecho.

     Señor Presidente: faltan cuatro minutos para terminar las horas reglamentarias de la sesion de hoy: el estado de mi salud hubiera debido sugerirme la conveniencia, ya que no la necesidad de pedir por segunda vez la suspensión de esta vista: no he querido, sin embargo, que por mi culpa

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se prolongue un solo instante la crítica situación de Curros Enriquez; pero estoy fatigado, tengo todavía bastante de que ocuparme; y ruego á S. S. que, suspendiendo la vista de esta causa, se digne reservarme el uso de la palabra para la audiencia próxima.
     El Sr. Presidente del Tribunal: Se suspende la vista de esta causa para la audiencia próxima.
     Eran las tres.

________________________________________

     Continuando la vista el dia 5 á la una de la tarde, dijo:
     El Sr. Presidente del Tribunal: El defensor del procesado continúa en el uso de la palabra.
     El Sr. Puga y Blanco: La Sala se dignará recordar todo lo que ayer he tenido la honra de exponer á su ilustrada consideración. No he de hacer un resúmen, que demasiada benevolencia se me ha dispensado, y no es digno de quien la recibe abusar de ella: habrá de serme permitido, no obstante, hacer presente, para procurar el mayor enlace posible entre las dos partes en que ha venido á quedar dividido mi informe por consecuencia de la suspensión de esta vista; habrá de serme permitido hacer presente que mis últimos razonamientos se encaminaban á demostrar que sería notoriamente injusto prescindir de la intención con que Curros Enriquez ha escrito los versos que fueron objeto de denuncia, no para sujetarle á un juicio meramente literario, sino para investigar si le alcanzan ó no le alcanzan las responsabilidades que la ley exige á los que infringen sus preceptos.
     Curros Enriquez, decíamos, parece haberse inspirado en los versículos 5, 6 y 7, capítulo 6.º del Génesis, en cuyos versículos se manfiiesta Dios arrepentido de haber hecho al hombre. Así se expuso con incontestable acierto en la notable

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defensa de primera instancia, y así es la verdad.
     Bien puede decirse de Curros Enriquez lo que decía Julio Scalígero de Juvenal, á proposito de la vehemencia con que reprendía los vicios: Ardet, inflat, jugulat.
     Conócese que las deformidades de la realidad, contrastando con las bellezas de un ideal sublime, á la manera que por el choque eléctrico se forma el rayo en las alturas del espacio, producen una violenta explosión en los nobilísimos y elevados sentimientos del poeta. El quisiera un mundo mejor: él quisiera un mundo exento de las abominaciones y de las impurezas que por todas partes nos asedian y nos degradan á los ojos mismos de la Divinidad: él quisiera un Pontificado sin fausto, una legislación sin pena de muerte, un suelo que no agotara estérilmente el sudor y la sangre, el aliento y la vida de los desheredados de la fortuna, que, más que hijos del trabajo, parecen víctimas de todos los rigores del cielo y esclavos de todas las iniquidades de la tierra: él quisiera una sociedad que no se mostrase indiferente ante el escandaloso espectáculo que nos ofrecen esas miserables grandezas improvisadas de la noche á la mañana, que no pueden tener otro orígen que el del vicio consentido, el de la inmoralidad tolerada; gracias al frio escepticismo que se ha erigido en juzgador soberano de las acciones de los hombres; él quisiera ver condenada la repugnante usura, odioso tributo pagado á la codicia, triste y fecundo manantial de lágrimas, de hambre y de miseria; él quisiera ver protegida la inerme y desamparada ancianidad, igualmente protegida la inocencia, y así bien proscríta la ignorancia, entre cuyas sombras crecen y se desarrollan, para desdicha suya y de la sociedad, la mayor parte de las criaturas humanas; él quisiera pueblos que no fuesen el patrimonio heredado de unos Gobiernos por otros, sino Gobiernos consagrados á producir, en beneficio

[p. 237]

de los pueblos, el mayor grado de bienestar posible; Gobiernos ménos atentos á su conservación, ménos atentos á sí mismos que á la felicidad común en la gestión de los negocios públicos; él quisiera, en fin, que, así como la luz del sol alumbra á todos por igual, á todos por igual alcanzase la luz de la tolerancia, de la justicia y de la libertad.
     Mandémosle á presidio: éste es su delito.
     Pero es que, además, el poeta se ocupa en dirigir sus terribles dardos al corazón de esa parte de nuestro clero que tiene instintos de sangre y de exterminio; pero es que, además, el poeta se ocupa en dirigir sus certeros dardos á esa parte de nuestro clero, la menor y la ménos ilustrada sin duda, que interviene en las contiendas civiles, no para poner paz entre los ciegos y apasionados contendientes, siquiera sean hermanos, sino para excitarles á la lucha, dando ellos mismos, los tales sacerdotes, el triste ejemplo de tomar las armas y de hacer uso de ellas, con manifiesta infracción de los preceptos evangélicos y con evidente menosprecio de las leyes del decoro sacerdotal.
     No quisiera yo persuadirme de que sea éste el secreto de la persecución de Curros Enriquez.
     Grandemente se equivocaría quien pensase que con la defensa de Curros Enriquez estoy haciendo el proceso de mis propis ideas y de mis propias convicciones. No precisamente hoy, que todos disfrutamos de los inapreciables beneficios de la paz, paz que yo bendigo con toda mi alma, como tienen que bendecirla todos aquellos á quienes no sea indiferente la suerte y áun la existencia misma de la pátria, paz que yo quisiera ver consolidada para siempre, siquiera este deseo mío haya de suscritarme secretas antipatías, que, dicho sea en honor de la verdad, están muy lejos de mortificarme; no precisamente hoy, sino áun en las circunstancias mismas en que el calor de la lucha podía tener virtud bastante para atenuar

[p. 238]

la gravedad de ciertos actos funestos, áun en esas mismas circunstancias he visto con hondo disgusto y con profunda tristeza que los llamados á intervenir como misioneros de paz, blandiesen furiosos las armas de la guerra, significándose ellos los primeros en esas escenas sangrientas de horrible e implacable crueldad, cuyo recuerdo excita á la vez el dolor y la vergüenza.

     No hay, pues, sacrificio alguno por mi parte en el aplauso tributado al poeta. Despues de todo, Curros Enriquez no ha censurado á los sacerdotes guerreros con tanta dureza como en su tiempo lo hizo uno de los Santos Padres más esclarecidos de la Iglesia, San Bernardo.

     Quis sane non miretur, imo et detestetur unius esse personæ et armatum armata ducere militiam, et alba stolaque indutum, in medio ecclesiæ pronunciare evangelium. Tuba indicere bellum militibus et jussa episcopi populis intimare? Nisi forte quod intolerabilius est erubescit evangelium —de quo vos eleccionis admodum gloriatur— et confunditur videri cleritus magisque honorabili ducit justari se militem: curiam ecclesiæ prefert, regis mensam altari Christi, et calici Domini calicem demoniorum.

     Y á la verdad, ¿quien no admira y detesta á la vez el contemplar á una misma persona cubierta de armas, guiar los ejércitos y, al propio tiempo, revestida con el alba y la estola, predicar en el templo el Evangelio; excitar con los clarines á la lucha y juntamente intimar á los pueblos la ley de Dios? Es que —y esto se hace intolerable— prefieren, deprimiendo los preceptos evangélicos, á pesar de ser los elegidos para glorificarlos, la calidad de soldados á la de sacerdotes: la curia á la Iglesia, la mesa del rey al altar de Cristo, el cáliz de los demonios al cáliz del Señor.
     Es verdad que el señor juez de primera instancia de Orense no se ha permitido hacer á este propósito indicación de ningun género en la sentencia consultada. Comprendemos su natural reserva; pero no se explica que, remontándose á otras

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alturas, haya tenido valor para considerar á Curros Enriquez incurso en las prescripciones del Código penal, por haber hecho uso, segun él, de frases y de conceptos que inducen á la mofa y al desprecio del Sumo Pontífice.
     ¿Qué frases son esas, si Curros Enriquez no se refiere en sus versos á los tiempos actuales, ni á tiempos inmediatamente anteriores á los actuales?
     ¿Qué frases son esas, si Curros Enriquez no se refiere en sus versos al inmortal Pio IX, ni á su sabio, clemente y prudentísimo sucesor, el venerable y virtuosos jefe que, para bien de la Iglesia y de la sociedad, rige en los presentes momentos los destinos del mundo católico?
     ¿Qué frases son esas, á qué tiempos se refieren esas frases, si Curros Enriquez nos habla en sus versos de herejes quemados por la voluntad de los Pontifices, y si Curros Enriquez nos habla en sus versos de la codicia y del sibaritismo que se apoderó de Roma?
     Y en último término, ¿qué ganaría la institución del Pontificado, si fuera lícito confundirla y amalgamarla, en los inflexibles juicios de la historia, con las personas de los Papas? ¿Es que todos los Pontífices han sido santos, porque la institución del Pontificado sea de origen divino, y es que todos los Pontífices han sido buenos, porque la institución del Pontificado haya ejercido una saludable influencia en la marcha progresiva de los pueblos? ¿Es que nadie se ha permitido hablar de Roma, nunca, en ningun tiempo, porque allí no hubo vicios, y si los hubo merecieron, porque eran de Roma, ser elevados á la categoría de virtudes? ¿Es que los Papas son impecables?
     Pues mandemos á presidio á los historiadores católicos que nos dicen que Esteban VI dió á la Iglesia el escandoloso espectáculo de hacer desenterrar el cadáver de Formoso, obispo de Porto. elevado á la Sede Romana á la muerte de Martin II, y que le hizo juzgar ordenando vestirle previa-

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mente de Pontífice, y sentarle en el trono, mandando, despues de pronunciada la sentencia, cortarle la cabeza y los tres dedos con que había bendecido, y arrojarle al Tiber, y declarando, por último, no consagrados á cuantos habian recibido de el las órdenes.
     Pues mandemos á presidio á los historiadores católicos que nos dicen que Juan X fué promovido al Pontificado por las intrigas de su amante la hermosa Teodora, la parienta y aliada de Adalberto II, marqués de Toscana.
     Pues mandemos á presidio á los historiadores católicos que nos dicen que Juan XI se abandonaba á las propensiones de una juventud desenfrenada, dejando á su madre, la ambiciosa Madocia, y á su hermano Alberico, dirigir á su antojo las cosas sagradas y profanas.
     ¡No parece sino que el respeto debido á la institución del Pontificado depende del juicio que ante la historia hayan podido merecer determinados Pontífices.
     En el Concilio reunido por Othon el Grande para juzgar al Papa Juan XII, ¡qué horribles cargos no se acumulan contra éste! Que el palacio de Letran se trasformara en mansión de desórdenes por mujeres licenciosas; que por órden suya se mutilara, se privara de la vista y se condenara á muerte á obispos dignísimos; que promoviera á un niño de diez años al obispado de Todi; que se le viera beber en honor del demonio y de las divinidades paganas... Basta.
     Mandemos á presidio á los historiadores católicos que nos dicen que ese Papa murió á manos de un marido ultrajado.
     No es posible que el inferior crea que la Cátedra de San Pedro estuvo siempre ocupada por Pontífices sabios, virtuosos, clementes, prudentísimos y exclusivamente consagrados á la defensa de los intereses del Catolicismo; yo no puedo inferir esa ofensa gravísima á la ilustración del señor juez de primera instancia de Oren-

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se, si quiera la sentencia de autos nos autorizase para decir algo á este propósito.
     Quam fædissima Ecclesi romanæ facies, exclama el religiosísimo cardenal Baronio, quum Romæ dominarentur potentissimæ æque ac sordidissimæ meretrices! Quarum arbitrio mutarentur Sedes, darentur episcopi, et, quod auditu horrendum et infandum est, intruderentur in Sedem Petri earum amasii pseudo-Pontifices, qui non sunt nisi ad consignada tantum tempora in catalogo romanorum Pontificum scripti.
     No confundamos: los Papas no son el Pontificado, de la misma manera que los católicos no son el catolicismo.
     Por malos que sean los Papas, el Pontificado ha de ser siempre una institución altísima, como establecida por Dios para el regimen y gobierno de su Iglesia.
     Por malos que sean los católicos, el catolicismo ha de ser siempre la verdad, y la luz, la caridad y la justicia.
     ¿Pero es que el catolicismo exige, ni ha exigido en ningun tiempo, la servil adulación de los fieles relativamente á los vicios, ó á las malas costumbres, ó á las faltas de los que por ocupar los más elevados lugares de la jerarquía eclesiástica están más obligados á dar ejemplos de mansedumbre, de piedad y de virtud?
     Es cierto que la historia nos enseña cuánto han tenido que sufrir los hombres, cuánto han tenido que padecer los hombres que escudados en una vida sin mancha hicieron uso de la santa libertad de reprender el mal.
     El insigne fraile dominico que ha llenado con su nombre immortal la segunda mitad del siglo XV, Jerónimo Savonrrola, tan constante en oponer con su poderosa elocuencia un fuerte dique á las ideas y á las costumbres paganas que invadían la sociedad de su tiempo, corrompiendola, como intrépido en la defensa de los derechos del pueblo: aquel mártir de sus convicciones y de su amor á la pureza de las costumbres cristianas,

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que, con la sublime entereza que sólo está reservada al verdadero génio contesta á las amenazas de Roma: «Entre en el cláustro para aprender á sufrir; los padecimientos han venido á visitarme, los he estudiado y me han enseñado á amar y á perdonar siempre.» Savonarola, que vivía en una época en que se llamaba á Jesucristo hijo de Júpiter, Diosa á la Vírgen María, y á la Providencia Destino; fijos los ojos en el cielo para implorar sin descanso la misericordia divina en favor de aquella sociedad tan desgraciada como inmoral; predicando siempre, y siempre amonestando con digna severidad á los opresores, y siempre dirigiendo su cariñosa voz á los oprimidos; la voz de la esperanza y del consuelo, juzga cumplir con su deber escribiendo á los príncipes cristianos que es menester reunir un Concilio, en el cual se propone probar que la iglesia de Dios está sin Jefe, que no es verdadero Pontífice, ni digno de esta categoría, ni siquiera cristiano, el que á la sazon ocupa la Cátedra de San Pedro.
     ¿Podrá objetarse que Savonarola es autoridad recusable entre católicos, puesto que al fin fué arrojado á las llamas con el consentimiento y con el beneplácito de Roma? No lo discuto; que no es esta ocasion oportuna para discutirlo, como tampoco ocasion oportuna para examinar si el horrible suplicio del virtuoso dominico constituye ó no un título de gloria para el pontificado de Alejandro VI.
     Dejemos á Savonarola. Tomás Becket, el valeroso arzobispo de Cantorbery, que se levanta en la historia como una de las figuras más interesantes en el turbulento reinado de Enrique II de Inglaterra; Tomás Becket, el iniciador de la resistencia á las absorbentes constituciones de Clarendon, quejándose de que en Roma Barrabás es preferido á Cristo, al salir para su destierro escribe á los Cardenales amonestándoles que no se fien en frágiles riquezas, y exhortándoles para que acumulen un tesoro en el cielo, socorriendo á

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los oprimidos, exclama, con referencia sin duda al Papa Alejandro III: «¡Buen Dios! ¿Qué vigor hay que esperar en los miembros, faltando la cabeza? Ya se dice que en Roma no hay justicia capaz de resistir á los poderosos.»
     ¿Y qué contesta el severo defensor de la integridad de los derechos de la Iglesia á los Obispos que le censuran? Pues contesta estas sublimes palabras: «San Pedro fué pescador; nosotros somos sus sucesores, y no de Augusto.»
     Enrique II mandó asesinar al ilustre arzobispo: el señor juez de primera instancia de Orense le habría condenado á prisión correccional.
     No me cabe duda de ningun género; yo no creo faltar en nada á los respetos debidos al señor juez de primera instancia de Orense, y cuenta que le respeto mucho, aseverando aquí que, si hubiese administrado justicia allá por el siglo XIV, habría sido capaz de procesar á la misma Santa Brígida. ¿Y cómo no había de procesarla, si ésta, aludiendo segun todas las probabilidades á Clemente VI, dice: «El Papa es el asesino de las almas; dispersa y destruye la grey de Cristo; es más cruel que los judíos y peor que el mismo Lucifer. Ha convertido los diez mandamientos en uno solo: en llevad dinero. Roma es un baratillo del infierno, y el diablo preside allí vendiendo los bienes que Cristo conquistó con su pasión.»
     Pues si los santos emplean este lenguaje en sus censuras relativas á la córte de Roma, no debe extrañarse que los que no son santos, y tengo para mí que Curros Enriquez no lo es, áun cuando puede serlo todavía, no debe extrañarse que los que no son santos, escriban unos versos en que se eche de ménos aquel desprendimiento de los bienes terrenales que tanto recomienda el Evangelio, y aquella pureza de costumbres que tanto hay que admirar en los primeros siglos de la Iglesia.
     Dice ménos, dice muchísimo ménos Curros Enriquez, á propósito del fausto de las altas dig-

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nidades de la Iglesia, de lo que en su tiempo dijo el inmortal Pedro Damiano: «Tienen hambre de oro... Me siento poseido de fastidio al enumerar estas necias vanidades que ciertamente mueven á risa, si bien es una risa que concluye por arrancar lágrimas, al ver tales portentos de altanería y de maravillosa locura, y las vendas pastorales resplandecientes de pedrería y recamadas de oro.»
     Y si quiere recurrirse á la autoridaü del gran San Bernardo, que está universalmente reputado como una de las primeras lumbreras de la Iglesia, ¿qué es lo que resulta haber dicho Curros Enriquez en esos versos que tanto han herido la religiosa susceptibilidad del inferior?
     Dignum est ut qui altario deservit de altario vivat. Non autem, ut de altario luxurieris, ut de altario superbias, ut inde compares tibi frena aurea selas depictas calcarea de argentata, varia grifeaque pellicea acollo et manibus ornatu purpureo diversificata. Denique quidquid praeter necessarium victum, ac simplicem vestitum de altario retines, tuum non est, rapina est, sacrilegium est... Sic ergo et nos contenti simus vestimentis quibus operiamur... non quibus mulierculis assimilari, vel placere studeamos.
     Justo es que el que sirve al altar viva del altar; más no que del altar se tomen riquezas que sirvan de regalo ó fomenten la soberbia, y mucho ménos que por su cuenta se ostenten adornos lujosos de oro, piedras preciosas, púrpura y variadas y ricas pieles; pues que todo lo que procedente del altar se retenga, fuera de un frugal alimento y de un modesto vestido, es rapiña: rapina est, es sacrilegio, sacrilegium est. Contentémonos —concluye— con un humilde vestir, y no imitemos á varias mujerzuelas, pretendiendo agradar.
     Ya lo ve la Sala; y no quiero yo cotejar tiempos con tiempos, costumbres con costumbres, y necesidades con necesidades: encierro mi intención dentro de los legítimos propósitos de la defensa.
     Más si, saliéndonos de este terreno, conside-

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rásemos oportuno citar poetas catolicos que hubiesen empleado una parte no escasa de su ingenio en satirizar la codicia y la desenfrenada ambición que en ciertas épocas se apoderaron de Roma, es bien seguro que podríamos ocupar la atencion del Tribunal durante una semana entera: pero voy haciéndome demasiado prolijo, y he de concretarme, por tanto, á dar lectura de unos versos muy cortos de Juan Ruiz, el famoso arcipreste de Hita, que, por lo sustancioso, y por lo intencionados, dejan muy atras los de Curros Enriquez:

Si tovieres dineros...

     El Sr.Presidente: Llamo la atención del letrado acerca de que la Sala conoce esos versos y le ruego que prescinda de ellos y pase á otro órden de consideraciones jurídicas.
     El Sr. Puga: Sr. Presidénte, no tiene V. S. necesidad de rogarme, cuando le asiste el derecho, que yo no discuto, de hacerme obedecer sus prescripciones. Es evidente que la presidencia puede y debe velar porque se guarden aquí todo género de conveniencias; presumo que no he faltado á ellas, pero entiendo á la vez, y lo digo salvando todos los acatamientos que son debidos a la respetable autoridad de V. S., entiendo que la presidencia no puede imponerme su criterio en cuanto á la elección de los medios de defensa. Si V. S., señor presidente, me impide que lea los anunciados versos del arcipreste de Hita, yo dejo de leerlos, no sin protestar, siquiera no sea más que por conservar la integridad de los fueros de esta toga; no sin protestar respetuosamente la indefensión de mi cliente.
     El Sr. Presidente: La Sala ha dejado al letrado toda la latitud necesaria para defender á su cliente; y como quiera que la Sala, para formar juicio del proceso, no necesite oir los versos que

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el letrado se proponía leer, no puede permitir la lectura de los mismos.
     El Sr. Puga: Pues toda vez que la Sala no me permite leer los versos de Juan Ruiz, arcipreste de Hita, que ha florecido en el siglo XIV y de cuyo poeta se celebran todavía hoy algunos himnos, notables por lo piadosos y así bien notables en el órden literario, dedicados á la Vírgen, continúo mi informe, señor presidente, en otro terreno.
     El Sr. Presidente: Dejando ya esas citas, la defensa puede continuar.
     El Sr. Puga: Todo lo que en este terreno hubiera yo podido decir, y era mucho, en defensa de Curros Enriquez, y que ya no digo, toda vez que la presidencia me lo impide, habría de tener por objeto hacer notar el contraste que se advierte entre las composiciones denunciadas y las que se deben á poetas de cuyo catolicismo no puede dudarse en modo alguno, y demostrar palmariamente que aquéllas son más inofensivas que éstas.
     De cualquiera suerte, pretender sujetar los vuelos de la imaginación ardiente del poeta á las acompasadas reglas que sirven para trazar el camino de las especulaciones del raciocinio frio y severo, es pretender un imposible.
     El mismo Dante, de quien un notable historiador y crítico nos dice que no poetiza por instinto, sino que todo en él es cálculo y raciocinio; Dante, que profesaba respeto á la autoridad del Papa, y que creía que el imperio de Roma había sido ordenado por Dios para la futura grandeza de la ciudad en donde reside el sucesor de San Pedro, ridiculizando los excesos de los prelados, dice: «que cubrían sus palafrenes con sus mantos; de suerte que dos animales iban bajo una misma piel.» LLama á los obispos de la época de Bonifacio VIII, en cuya córte dice que todos los días se traficaba con Cristo, «rapaces lobos con disfraz de pastores, que, habiendo convertido el oro y la plata en Dios, entristecen el mundo, desprecian-

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do á los buenos y ensalzando á los perversos;» y de aquel Pontífice dice que era «insaciable de los bienes de la tierra, no temiéndo, para proporcionárselos, apoderarse de la Santa Iglesia con engaño, para ultrajarla luego; que cambió el cementerio de Pedro en cloaca donde se regocija el Demonio entre sangre é impureza».
     Y no echemos en olvido que el Dante apostrofa á los que hablan contra la fé con las siguientes palabras: «Malditos seais vosotros, vuestra presunción y los que os creen;» y no echemos en olvido que el retrato del Dante fué colocado en el Vaticano, entre los de los Padres de la Iglesia; y no echemos en olvido que en su tiempo le llamaban Theologos Dantes, nullius dogmatis expers.
     Es cierto que en 1865 se quiso celebrar en Italia el sexto centenario de su nacimiento, teniendo en cuenta su animadversión con los Papas; pero los pensadores más desapasionados y los escritores más sensatos reivindicaron la verdad, segun César Cantú, conviniendo en que, si se había encarnizado contra los abusos de la corte de Roma, y señaladamente contra Bonifacio VIII, siempre fuera reverente á la Santa Sede, y siempre se manifestara respetuoso hacia la institución del Pontificado.
     Basta sobre la primera de las dos composiciones acerca de las que el señor obispo de Orense tuvo por conveniente llamar la atención del gobernador civil de la provincia.

     En cuanto á la segunda, como quiera que en ella no se funda el señor juez de primera instancia de Orense para condenar á Curros Enriquez, y sólo se permite aludirla de una manera vaga é indeterminada en la sentencia de autos, he de ser muy en breve.
     Titúlase esa composición A Igrexa fria. Literalmente traducida, dice así:
     «Por encima de los campos, en medio del monte, levántase aún, hidrópica y negra, cual

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gigante hipopótamo muerto, cubierto de gusanos, rodeada de tínieblas y de grama, la deforme espalda del viejo monasterio.
     Las recias agujas de hierro de las torres parecen quejarse de la marcha de los tiempos, y, siempre paradas é inmóviles, semejan los dedos de una mano de Titan, que anda en busca del rayo, que tarda, de las iras del cielo.
     Desde la alta campana, cae aún en anillos la fuerte cadena con triste bamboleo. Cuando al ponerse el sol la azotan los vientos de las montañas, se asemeja á una sierpe encantada, que guarda las ruinas refunfuñando y tejiendo.
     Con los pelos erizados, en la mano un cuchillo manchado con la sangre de los pobres viajeros, tiempo hubo en que aquí venía á buscar asilo y amparo el ladrón de los caminos, á quien pusieron en salvo los frailes que quemaban á Praga.
     Vestido de monje como ellos el reo, de réprobo á santo pasó en un mismo dia, y de la garganta que debería ser tajada en un cepo, salió el anatema que excomulga al insigne Colón y al gran Galileo.
     Las vírgenes forzadas, los pobres despojados, pedían entre tanto socorro y remedio, y la justicia, escudero mal pagado del crímen sangriento, se quedaba á la puerta del sagrado, batiendo los dientes de rabia y de cólera.
     En mis solitarios nocturnos paseos me sucede á veces llegar al monasterio, y haciéndome entonces visajes, al reflejo de la luna, una negra visión de entre las ruinas, ¡qué tiempos! me dice, y yo digo: ¡qué tiempos!»
     Puede ser que aquí resulte atacado algun dogma de la religión católica; respetabilísima es para mí la opinión del señor obispo de Orense; pero confieso ingenuamente que no alcanzo cuál sea el dogma á que S.S.I. pueda referirse.
     Es más: Curros Enriquez no lanza sobre el derecho de asilo un juicio condenatorio en absoluto; ni ¿de qué suerte había de lanzar Curros

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Enriquez un juicio condenatorio en absoluto sobre el derecho de asilo, rindiendo, como rinde culto á las ideas democráticas?
     ¿Pues qué significa el derecho de asilo?...
     Cuando el castigo no proviene de la ley; cuando los derechos del más débil no tienen la necesaria garantía en el estricto cumplimiento de los deberes del mas fuerte; cuando la violencia se sobrepone á la justicia; cuando las relaciones del poder público con el interés privado no están revestidas de la autoridad que proviene de una organización política robusta y respetable; cuando los privilegios de la superioridad y el empleo de la fuerza no tienen límites marcados y bastantemente definidos en el derecho comun; cuando el acreedor puede apoderarse del deudo, y poco ménos que sacrificarle á su capricho; cuando los parientes de la víctima están facultados para erigirse en juzgadores supremos del matador, que tal vez se ha defendido de una agresión ilegítima é injustificada; cuando el señor persigue al esclavo por una leve falta y pretende arrancarle bárbaramente la vida, ó mutilarle sin piedad; en suma; cuando el espíritu inhumanitario de las leyes, su insuficiencia además y la relajación de las costumbres acusan una gran decadencia en el estado social de un país, el derecho de asilo levántase como una institución perfectamente cristiana, digna de los respetos del historiador, de las simpatías del jurisconsulto, de las alabanzas del filósofo y de los cantos del poeta.
     Si hay Concilios, y los hay numerosísimos que pudieran citarse para honra de la Iglesia, en los que se dispone que no sean entregados los que se refugien sin que proceda un juramento sobre los Evangelíos que les garantice de no sufrir la pena de muerte, mutilación y otras semejantes, justo es que ante ellos inclinemos la cabeza en demostración, no ya de simple asentimiento, sino en demostración de la simpatía que debe inspirarnos todo lo que es humanitario, to-

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do lo que tiende á evitar la efusión de sangre, todo lo que se dirige á proteger al débil contra el fuerte, al oprimido contra el opresor, todo lo que se encamina al santo fin de poner coto ó de mitigar de alguna suerte la crueldad implacable de los hombres.
     ¿Pero es que el espíritu civilizador de los tiempos ha penetrado en la sociedad civil; pero es que los poderes públicos del Estado funcionan con la debida regularidad y con la debida independencia del poder de la Iglesia, siquiera le consideren y respeten; pero es que hay leyes que garantizan la libertad y la vida, la honra y bienestar de todos y de cada uno de los ciudadanos que constituyen la agrupación social; pero es que la ciega venganza en que consistía el castigo de otras épocas ha sido reemplazada por el sereno y concienzudo precepto del legislador; pero es que los privilegios que engendraban y hacian prosperar la repugnante soberbia de los afortunados de la tierra, han sido borrados de los Códigos y de las costumbres por la mano bienhechora de la revolución; pero es que los pobres y los desvalidos están á cubierto de las violencias de los ricos y de los poderosos; pero es que hay formas seguras y eficaces en el procedimiento criminal, tanto para que se castiguen los delitos como para que se respete la inocencia de los procesados; pero es que el Estado se basta á si mismo, y que no necesita para nada de la tutela inmediata de la iglesia; pero es que el Estado se basta á sí mismo y que no necesita para nada de la intervención directa del poder eclesiástico, en todo lo que es concerniente á la conservación del órden social...? ¿Quién defiende el derecho de asilo? ¿Qué significa el derecho de asilo considerado en absoluto y á los ojos de la razon? En el orden jurídico, la impunidad; en el órden político, el privilegio; en el órden filosófico, lo absurdo; y en el órden moral ¡qué diremos!... en el órden moral, la consagración del crimen,

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que es la última y la mas funesta de todas las aberraciones del espíritu humano.
     ¡Pues no faltaba más sino que el inspirado poeta no pudiera dirigir sus certeros ataques contra los abusos de esa institución, cuando esos abusos merecieron ser reprobados por Pontífices como Gregorio XIV, Benedicto XIII, Clemente XII, Benedicto y Clemente XIV, que expidieron bulas, encíclicas y breves encaminados á conteter el escandaloso patrocinio que merecían por parte de algunas iglesias los incendiarios, los envenenadores y los salteadores de caminos! Y téngase en cuenta que estamos ocupándonos de una composición, que, en el órden literario, se eleva á tales alturas, que ella por sí sola sería capaz de colocar á Curros Enriquez á la cabeza de los primeros poetas de Galicia. No se advierte en esa composición más que un pequeño lunar, que consiste en un error histórico:

   De monxe vestido
Com'eles o reo,
De réprobo á santo
Pasou n'un dia mesmo;

   E' d'a gorxa que ser debería
Tallada n'un cepo,
A pauliña saíu qu'escomulga
O insine Colombo y-ó gran Galiléo.»

   No es exacto: Cristóbal Colon, alentado por el famoso vaticinio de Séneca, en que se predecía que el mar ofrecería nuevas tierras y que un segundo Tífis descubriría orbes desconocidos, no sin haber recurrido ántes á los autorizados consejos del más célebre geómetra de aquella época, el florentino Pablo Toscanelli, sin sentirse despechado por que se le calificase por los sábios portugueses de loco presuntuoso, proyecta la gigantesca empresa del descubrimiento del Nuevo

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Mundo; y si consigue llevarla á cabo, bien puede atribuirse una parte de esa gloria á Fray Diego de Deza, en primer término, y en segundo á Fray Juan Perez de Marchena, que á la sazon regía el monasterio de Santa María de la Rábida.
     No; no es de imputar á la Iglesia el agravio de que hubiese opuesto obstáculos al grandioso pensamiento de Colon, porque si bien no puede desconocerse que las aserciones de éste sobre la existencia de otros mundos y de otros hombres no indicados en el Génesis causaron recelos á los teólogos ignorantes, en cambio hay que inclinar la cabeza ante la memoria respetable de monseñor Geraldi, Nuncio apostólico, que salió valerosamente al encuentro de aquellos recelos, demostrando que en nada se contradecía al Génesis con las afirmaciones del ilustre marino.
     Quiere decir que el único punto vulnerable de la valiente é inspirada poesía en que nos estamos ocupando, consiste en un error histórico; y los errores históricos, y los errores filosóficos, y los errores jurídicos, y aún los mismos errores religiosos, no caen ni pueden caer bajo las prescripciones de ningún Código penal de Europa en el presente siglo; á no ser que pretendamos retroceder á aquellos tiempos que dieron triste celebridad á la torre de Lóndres y al castillo de Spielberg; á la carcel de corte y á los presidios de Lambesa; á la renombrada Inquisición de Sevilla y al famoso calabozo de las tiranías secretas, mansiones todas en donde la iniquidad pudo triunfar de la justicia, y tiempos mas propios que los actuales para el señor juez de primera instancia, puesto que en ellos podía dictar sentencias que seguramente habrían de dar á su nombre mayor respetabilidad que la que ha de alcanzarle la dictada contra Curros Enriquez en la presente causa.
     Ni una palabra más sobre las dos composiciones que fueron objeto de denuncia.
     Traía yo el propósito de hacer conocer á la Sa-

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la el juicio que de Curros Enriquez han formado los periódicos más importantes de España, pero me he extendido tanto, que abrigo el natural temor, más natural desde que la presidencia se ha dignado interrumpirme, de abusar demasiado de la benevolencia marcadísima, y nunca bastantemente agradecida, que la Sala tuvo la bondad de dispensarme. Me limitaré, por consiguiente, á leer un solo párrafo de un artículo crítico que está autorizado ocn la firma de una escritora muy conocida entre nosostros, eminentemente católica y eminentemente distinguida, Emilia Pardo Bazan, cuyo nombre ha sido ya llevado en alas de la fama á todos los centros nacionales de la ilustración y del saber.
     Prescindiendo de la clasificación que en ese bien escrito artículo se hace de las diferentes poesías de Curros Enriquez, y sintetizando su juicio, dice así la ilustre publicista:
     «Y es que en el Sr. Curros hay dos entidades intelectuales, ó mejor dijéramos (robando á Heriberto Spencer uno de sus vocablos favoritos,) emocionales. Es la una la de un poeta de raza, de corazón y sentido, de expresión y de forma; un poeta que se inspira libremente en los sentimientos puros y legítimos, en los afectos del alma, en el espectáculo de la realidad, en las tradiciones, en las costumbres; á quien no llamo poeta porque sepa rimar gratamente y dirigir cuatro requiebros á la luna y al arroyuelo, sino porque sabe oir y repetir el himno misterioso que entonan las cosas todas de la tierra, pero que, según antiguo privilegio, sólo los poetas verdaderos aciertan á traducir al humano lenguaje. Es la segunda personalidad del Sr. Curros la de un demócrata impresionado y entusiasta, como ya van quedando pocos, tout d'une pièce, y que dice en verso lo que en prosa temería proclamar por miedo á la sonrisilla escéptica que el desengañado último tercio del siglo XIX va adoptando como medio, tal vez el más eficaz, de combatir utopias

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que al tomar cuerpo realizándose, á nadie acaso espantaran tanto como á sus padres y patrocinadores.»
     Ya lo vé la Sala: como demócrata impresionado podrá Curros Enriquez merecer por las ideas que sustenta, el disentimiento de los que no son demócratas; pero como gran poeta, tengo para mí que no merecía el sufrimiento de estar ocupando la atención de un Tribunal de justicia.
     Venía yo dispuesto tambien á demostrar que, aún en la hipótesis de que existiese el delito que en estos actos se persigue, la Sala, jurídicamente hablando, estaría imposibilitada de dictar una sentencia condenatoria; porque aquí no se ejercita por quien pudiera ejercitarse la acción pública que corresponde á la sociedad, y en su nombre, y por delegación del poder ejecutivo, al Ministerio fiscal, para pedir el castigo de los delitos de esta índole; porque, perfectamente deslindadas las atribuciones y las responsabilidades del Poder judicial y del Ministerio público, no pueden los Tribunales de justicia, que representan el primero, invadir las atribuciones del segundo, constituyendose, á la vez que en juzgadores, en acusadores de los procesados; y porque es de tal notoriedad esta doctrina, que el número 3.º del art. 868 de la Compilación de las disposiciones vigentes sobre el Enjuiciamiento criminal autoriza la interposición del recurso de casación contra las sentencias en que se pene un delito más grave que el que haya sido objeto de la acusación; de donde se sigue que no habiendo acusación, no puede haber condena.
     Por último, venía yo dispuesto también á demostrar que en ningún caso podría la Sala dictar en esta causa sentencia condenatoria, sin mandar procesar á la Diputación provincial de Orense, que aparece subvencionando con la cantidad de 1.000 pesetas la publicación del volumen en que se contienen las poesías denunciadas; como que de autos resulta que en esa cantidad se ha puesto

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embargo para subvenir á las responsabilidades que pudieran nacer de la formación de este proceso.
     Pero la fatiga me rinde, y por otra parte considero salvado á Curros Enriquez, más que por mis propios esfuerzos, por su propia inocencia y por la nunca desmentida justificación del Tribunal.
     Termino, pues, en la confianza de que la Sala ha de servirse absolver á mi cliente en los términos que tuve la honra de solicitar al principio de mi informe.
     El Sr. Presidente: Visto.
     Eran los dos y cuarto.

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