Nada me complace tanto en la
vida como recorrer las regiones que componen el territorio de nuestra
España y contemplar los monumentos que despiertan la memoria de
nuestros padres. Los tiempos pasados se avivan y resucitan en el
escenario donde sus tragedias sucedieron. El alma de los muertos vuelve,
á los conjuros y evocaciones del recuerdo, como para buscar el orígen
de venturas ó desventuras trascendentes á su nombre en el mundo y á
su reposo en la eternidad. Enseña más sobre el destino de Roma un
paseo por la Vía Apia, bordada de sepulcros, que un estudio de los
libros de Tito Livio y de Tácito. Cuentan más historia de España las
piedras mudas de la catedral de Toledo, que las páginas grandilocuentes
de Mariana y de Mendoza. Los campos de Montiel llevan aún la maldicion
del fratricidio de los Trastamaras; las ruinas de Poblet, cubiertas de
ortigas, guardan aún las sombras augustas de los reyes de Aragon; las
alturas del puerto de Muradiel revelan á los ojos mas vulgares las
glorias á ellas unidas como la luz á los soles; el pico de Monserrat
refleja las retinas de los navegantes catalanes del Mediterráneo, que
lo saludaban arrobados en sus fabulosas expediciones al Oriente de
Europa; las rejas de Granada parecen el poema de la guerra santa y de la
reconquista nacional, y apénas hay un rincon de la Península donde los
espectáculos de la naturaleza no estén realzados por las grandiosas
escenas de la historia.
En mi calidad de historiador he contemplado mil
veces los escenarios principales de los hechos históricos, y no he
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visto, sin embargo, aquellos donde nuestras crónicas modernas
comienzan, y la fuente de nuestra vida nacional brota, y el poema de la
reconquista se inicia, y el habla española balbucea sus primeras
palabras, y el grito de Dios y libertad resuena, y la capilla de
Covadonga señala como la letra inicial de nuestras victorias, y el
astur y el galáico hacen retroceder al árabe abortado por los
desiertos hácia el Mediodía y al normando abortado por los mares hácia
el Norte; y por do quier, así en los primitivos dialectos de
incomparable dulzura como en las iglesias románicas de indecible
severidad, se sienten aún los vagidos de nuestro espíritu y se tocan
las tablas de nuestra cuna; ¡ah! no he visto, decia, ni Astúrias ni
Galicia.
¡Y cuántas veces héme fingido estas tierras en mi
imaginacion
y he tratado de resucitarlas y de describirlas tales como las veia
interiormente! Sobre todo, esa extraña y desconocida Galicia me llamaba
con sus innumerables atractivos y aparecia verde y húmeda, ceñida de
espumas oceánicas, tapizada de inacabables prados, llena de colinas en
cuyas alturas sombrea el bosque y á cuyos piés brilla la floresta,
esmaltada por sus rias y por sus puertos semejantes á tranquilos lagos,
cubierta de castañares y de naranjales, con sus mares verdes y sus
horizontes recamados de arreboladas neblinas, como una especie de
Escocia meridional española, muy apropiada, cual la Escocia británica
del Norte, á la poesía, y al cántico, y al sentimiento de la
naturaleza.
¡Y será de ver aquella catedral, á la que volvian sus
ojos los moribundos en toda la Edad Media, é iban, hasta del seno de la
Bulgaria y de Rusia, los peregrinos en gran muchedumbre á ganar el
perdon de sus culpas con poner los labios en las losas de su pavimento!
¡Y el alma se quedará extática en su puerta de la Gloria pintada de
tantos colores y entre cuyos iris, semejantes á los matices de la
oracion, y entre cuyos dorados, semejantes á los resplandores de
inmaculado éther, revolotean las innumerables figuras como
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místicas
mariposas venidas de las flores del cielo, y surgen las estatuillas como
mensajeras encargadas de elevar á las alturas celestiales las
constantes aspiraciones que á lo infinito siente en su eternal carrera
nuestro pobre y oscuro planeta! ¡Cómo caerán las sombras por aquellas
recatadas capillas, antiguo albergue de las peregrinaciones y término santo
de largo y proceloso viaje! ¡Cómo resonará por aquellas bóvedas el
grito que los guerreros han proferido en Clavijo, en Calatañazor, en
las Navas, en Tarifa; el grito que invocaba al Apóstol y lo traia al
frente de nuestros ejércitos en su blanca cabalgadura apocalíptica!
Jerusalem, Roma, Compostela, eran por aquellos tiempos de fé como las
tres gradas espirituales por donde la pobre humanidad podia subir hasta
ver frente á frente las tres personas de la Trinidad Santísima.
Y después de haberse confortado el ánimo con estos santos
recuerdos, ¡cómo se comunicará con la naturaleza! Ya sé por experiencia
que no puede pedírsele al Norte el color de nuestras tierras
meridionales y la línea inflamada que rodea como de una aureola
esplendente las aristas de la Giralda y la estrías del Parthenon. Ya sé
que nuestro paganismo clásico, nuestra forma plástica, nuestro relieve
escultórico, los secos torrentes en que la adelfa se corona de
rosadas flores y la palma se cimbrea al soplo abrasador del simoun, jamás
se encuentran en los campos eternamente verdes que el Océano riega con
sus evaporaciones contínuas y con sus lluvias benéficas, y que la
niebla envuelve en sus velos de gasa. Pero será de ver el campo
tranquilo, como los idilios de Teócrito; el prado á la contínua
reverdecido por una primavera perpétua; los bosques de frutales,
cargados con las abrillantadas frutas; las colinas, donde en libertad
crecen toda clase de arbustos; entre los altos robles y castaños el
antiguo campanario de la aldea; por los hondos valles la cabaña con su
establo y el establo con sus vacas á la puerta; serpenteando en varias
direcciones la ria serena y trasparente, llena de barcas
[p. X]
ligeras que
contrastan con las pesadas carretas, y trabajando sin descanso los
campesinos de ambos sexos, seguidos de sus innumerables chicuelos que
entonan á una en coro esas sonatas y cantares, cuyos aires se han
elevado en las composiciones de los primeros maestros europeos, lo mismo
en la sinfonía pastoral de Beethoven que en la tierna Sonámbula de
Bellini, á expresion clásica de la felicidad campestre. Galicia tiene
pintores, que excuso nombrar, capaces de darnos idea tan clara de su
tierra como los pintores malagueños nos la han dado de una merienda en
la Caleta ó los pintores sevillanos de un baile en Triana.
Inútil
buscar en las composiciones gallegas una sombra como de azabache junto
á una pared cuya cal semeja al alabastro; la luz llega, cernida por
tantos vapores como hay en el aire y amortiguada por tanta vegetacion
como hay en el suelo, dulce, á guisa de caricia gallega, sin rebotes
hiperbólicos, sin reverberaciones metálicas á los ojos, que pueden
recibirla y gozarla en una placidez inefable. Bajo los seculares árboles
de ramas bastantes á cubrir una plaza; en cercados floridos y olientes
á madre-selva; sobre alfombra natural, y aunque natural mullida y
blanda, el gallego, cubierto con su montera y ataviado con sus calzones
y su chaqueta de paño oscuro que chapillas de plata abotonan y adornan,
baila en compañía de la hermosísima gallega, en cuya cabeza flamea el pañuelo
de colores realzado sobre el primoroso dengue y el oscuro zagalejo de
estameña, y en cuyo cuello relucen sobre la blanca camisa los varios
collares; y así, trenzan, al son de su gaita, una de esas danzas
iguales á su música, por tristes, por amantes y por voluptuosas.
Lo
cierto es que esta tierra, falta de calor, inspira á sus hijos un
pasion tan encendida que raya en fanatismo. Ni el catalan, que se cree
ciudadano de perfecta nacionalidad; ni el andaluz, que habita la region más
privilegiada y más poética de España; ni el valenciano, bienhadado en
sus asiáticos jardines; ni el vigoroso aragonés aman á su patria
[p. XI]
como
la ama el gallego. La sombra de sus árboles, el dejo de su agua natal,
los mendrugos de su pan de maíz y de centeno, las maderas de su
establo, el olor de sus vacas, el espacio de su Municipio, el tañido de
la campana que toca la oracion al anochecer, la melodía de su zampoña,
el cantar de su alborada en tales términos se imponen á sus sentidos,
á sus sentimientos, á su conciencia, á toda su alma, á todo su sér,
que al arrancarle de allí le desarraigan, como si fuera un árbol, y
dobla el cuello, y pierde la gana, y apaga la mirada, y desmaya de
fuerzas, y decae de color, y olvida el habla, y siente una tristeza tal
en todos sus afectos y un dolor tan agudo en todo su cuerpo, que
concluye el infeliz por la muerte. Hay razas de tal suerte unidas con
su tierra, que al separarlas separais los dos términos de una entidad,
el alma y el cuerpo, y concluís con su existencia. La mayor parte de
aquellos suicidios de pueblos, como los de Numancia y de Sagunto, que
tanto nos maravillan, se explican por el apego al suelo natal, fuera de
cuyo aire no pueden respirar ni vivir. Existen razas nómadas como las
razas invasoras del Norte, llamadas por una vocacion interior al
movimiento, desasidas del suelo, juntas con su caballo y con su carro
que las trasportan de uno á otro territorio, las cuales se engendran en
una region, nacen en otra, viven de contínuo viaje, mueren sin saber el
pueblo donde han nacido, y cambiando de creencias cual cambian de
patria, tienen la vocacion de las emigraciones, y de las conquistas, por
cuyo terrible poder suelen renovarse las sociedades humanas, de igual
suerte que se renuevan los aires por las tempestades y por las
inundaciones los campos. Pero en cambio hay otras razas á quienes jamás
separaríais del territorio donde nacen y que se pegan á él como la
carne al hueso. Estas son las razas que padecen el mal del país,
llamado en griego nolstalgia, mal horrible que termina casi siempre por
la muerte. Y parece que la fatalidad lo quiere. El gallego se vé
obligado, por la densidad de la poblacion y por la tristeza del suelo,
á las emi-
[p. XII]
graciones constantes. Imaginaos cuál será su pena cuando
trasponga la línea del horizonte sensible y deje tras sí el campanario
de la iglesia parroquial en cuyo regazo ha crecido su alma; el
cementerio donde yacen sus mayores, con cuyos huesos se mezclan las raíces
de la vida; los hogares que han cobijado los afectos y las pasiones, á
cuyo impulso se ha reunido la sangre y ha amasado la carne del corazon.
En ningun punto del mundo donde vaya volverá á ver la zagaleja que,
con la mano puesta al oido, la cabeza movida á un lado y otro, los
ojos fuera casi de las órbitas cual si buscara y no encontrara el sér
amado, entona la triste cancion correspondiente á la serenata andaluza,
cancion parecida, en su larga y triste cadencia, bien á un arrullo de
amor, ó bien á un suspiro de muerte. Y se comprende, se comprende
perfectamente que al abandonar todos estos lugares, indisolublemente
unidos á todas sus pasiones, desfallezca y muera. Y esta tristeza del
alma se refleja en su poesía, que es verdaderamente una poesía melancólica
del corazon.
Así tiene los caractéres de la poesía del Norte, la
vaguedad y la profundidad. La naturaleza se refleja en la conciencia de
sus bardos como se reflejan los objetos en los poemas osiánicos. La
estrella que luce entre las primeras sombras de la tarde; el vapor que
asciende del oleaje de los mares á formar las nubes; los vientos
huracanados que se estrellan al pié de la roca vestida de pinares; las
yerbas de las colinas que ondean y se pliegan al beso de los céfiros; el
torrente que se despeña espumoso entre los riscos; la luna coronada de
nieblas, que dan mayor palidez y mayor misterio á su faz; la caverna
llena de aves nocturnas, cuyos gritos se confunden con el toque de las
ánimas, dan á la poesía gallega mucho del sabor que tienen los cánticos
de aquellos pueblos obligados por su latitud y por su clima á
encerrarse dentro de sí mismos, y relacionar los fenómenos del
universo con los afectos y las ideas del alma.
Su lengua, sin embargo,
por la riqueza de combinacio-
[p. XIII]
nes vocales, por la dulzura de las
consonancias, por la copia de rimas, por la variedad de metrificacion,
por la enomatopeya de sus palabras, relaciónase con todas las lenguas
meridionales, pues al oirla diríais que estais oyendo el italiano, el
provenzal, el lemosin, cualquiera de las lenguas habladas á orillas del
Mediterráneo y compuestas por las relaciones y el comercio de aquellos
pueblos, que sobre un fondo heleno-latino ostentan esmaltes y relieves
por el movimiento natural de la sociedad sobrepuestos y realzados. A
estas calidades reune un candor, una sencillez, un sabor arcáico que
muestran cómo se ha cultivado principalmente en la Edad Media, y luégo,
cuando la nacion se formó en el siglo generador de los grandes Estados,
ha tenido que ceder la palma á la gran lengua del centro, á la lengua
castellana. Galicia, ménos abierta naturalmente á las irrupciones de
extranjeros pueblos que el Mediodía de España; ménos helena y ménos
árabe, pues ni una ni otra raza han ejercido en las orillas del Atlántico
el poder que en las orillas del Mediterráneo; romana, muy romana
durante el Imperio, y después de la irrupcion germánica esencialmente
sueva, tiene una complexion más determinada y una tradicion más
seguida que el resto de las provincias españolas. Su habla, pues, debe
ser el latin romanceado por los suevos, como el habla castellana el latin
romanceado por los habitantes del centro. Sea de esto lo que quiera,
existe una hermosa literatura en Galicia. El mayor de nuestros
escritores y de nuestros sabios en la Edad Media, el Rey D. Alfonso X,
escogió el gallego para cantar loores á la Vírgen Madre, y el gallego
ha inmortalizado los amores y los duelos del popular Macías.Y si examinais
el conjunto de esa literatura, encontrareis que tienen sus poetas algo
de la escuela de Suabia, tan encarecida y alabada en Alemania por la
fluidez de sus rimas, unida á la profundidad del sentimiento y de la
idea.
Si la literatura gallega no tuviese ningun otro libro más que las
Follas Novas de Rosalía Castro, bastábale para su luci-
[p. XIV]
miento y para su
gloria. Puesto que la poesía es, como todo arte, la idea sentida con
profundidad y expresada con hermosura, digo que no conozco quien sienta
más y exprese mejor. La ternura se mezcla con la tristeza, la luz con
el misterio, la inspiracion y el estro con la verdad, formando un conjunto de tal suerte nuevo y original y suyo, que no se cansa de
admirarlo el entendimiento, fatigado por lo convencional y arbitrario de
artificiosas escuelas que se empeñan en resucitar lo pasado, muerto para
siempre, ó ya en repetir pasiva y fotográficamente la impura realidad.
Rosalía siente y sabe expresar lo sentido. Su alma no liba la poesía
en lo grande, en lo inmenso, en lo infinito; como la violeta, gusta de las
sombras y exhala su aroma con tal humildad que excusa como grave falta
el propio mérito. Pocas veces he visto expresar como en la composicion
titulada Vaguedás esas visitas de las inspiraciones varias, nubes sin
formas evaporadas del corazon á la mente, y que suelen unas veces
arrebolarse en las tintas de la idea, y otras veces enrojecerse en el
relámpago de la pasion. Así pregunta por qué escribe y no sabe cómo
responder á esta pregunta. Pues en tal ignorancia se encuentra el
secreto de la verdadera vocacion poética. Quien canta sin voluntad,
obedeciendo á movimientos del sér como obedece el arpa á la mano que
la tañe, y expresando ideas instintivas presentadas de súbito á la
mente, más por sobrenaturales revelaciones que por la interior
reflexion; quien hace eso ha recibido del cielo el don de la poesía para
traerlo y depositarIo entre los abrojos de la tierra.
Teniendo este don,
no podia ménos de tener con él profunda melancolía. Redentores y no
llevar corona de espinas; profetas y no sentir las epilepsias de la
admiracion; sabios y no consumirse en el calor de la retorta donde
surgen nuevos elementos; héroes y no desposarse con la muerte; poetas y
no padecer con todos los que padecen, y no llorar con todos los que
lloran, y no sentir la nolstalgia de cielos misteriosos, ¡ah! es
completamente imposible. Ro-
[p. XV]
salía está triste, y la tristeza rodea de
aureola mística sus sienes, y la tristeza se plañe en todos los
acordes de su lira. Así no podeis ménos de llorar cuando se despide
de sus prados, del cláustro donde tantas veces ha gemido; de los montes
negros, plateados por la alborada que brilla en el Sar y en el Sarela;
de las pardas torres metropolitanas destacándose en las inciertas
lontananzas; y al decirles adios, considera que esto permanecerá
perenne, inmóvil, perdurable, miéntras los que se creen inmortales
superiores á todos los mencionados objetos, eternos como las almas,
cada dia darán hácia la muerte un paso y dejarán en las tortuosidades
del camino alguna ilusion o alguna esperanza. Conozco pocas emociones más
magistralmente dichas que la despertada en su corazon por el interior
de la catedral de Santiago. Se oye rezar á los viejos y á las viejas
los padre-nuestros; se ven los rayos últimos del sol en su ocaso
penetrando por las vidrieras de colores y descomponiéndose en las
brillantes sartas de las arañas; se siente el terror que la sobrecoge
cuando al plañido de los campanarios vé las almas en pena pintadas por
los altares, y las cabezas de los santos moviéndose como para contarse
algun misterio unas á otras; se pregunta, por fin, al poder de la evocacion, si aquellos rostros de las estatuas tienen alma, y los labios
de piedra palabras, y los Arzobispos y los Obispos, tendidos sobre las
losas, fuerza para levantarse de sus lechos frios como el mármol y pedir perdon á los crucifijos,
iluminados por las dudosas lámparas, y la Soledad lágrimas para llorar
los dolores de su divino Hijo y la eternidad de nuestros pecados. No
acierto á expresar cuánto me conmueven los pensamientos poéticos por
Rosalía consagrados al cementerio, á la ermita, al enterramiento, á
la mezcla de la religion con la muerte. Creeríais sus ideas florecillas
brotadas en los sepulcros. Caen sobre el alma con la lánguida tristeza
de las ramas del sáuce y huelen á ciprés. Hace bien la poetisa
cantando esos abismos insondables donde concluye el frenesí de nuestra
vida y pára el
[p. XVI]
movimiento vertiginoso de nuestra desatentada carrera.
Yo nunca he visto sin conmoverme una iglesia en los valles de mi tierra.
Una iglesia, único ideal del pobre pueblo, á quien el arte se aparece bajo la forma religiosa; nave mística, poblada
de santos que interceden por nosotros y circuida de muertos que esperan
su resurreccion; faro luminoso, encendido sobre los escollos del mundo y
que proyecta su luz en las profundidades del alma, luz solitaria, la
cual se nos aparece como estrella misteriosa en el dia de los tormentos;
arca que flota en el diluvio de nuestras lágrimas; punto de
interseccion entre los caminos de la tierra y los caminos de la
eternidad; influencia de toda aspiracion ascendente á lo infinito y de
toda inspiracion descendente de lo infinito; una iglesia conmueve
siempre por las lágrimas que se han evaporado en sus aires aguardando
consuelo y por los cadáveres que han caido sobre su pavimento, aguardando
perdon por las oraciones que aletean bajo sus bóvedas y los ex-votos que
penden de sus paredes, por las lenguas de fuego que manda el espíritu
divino á todo lo contingente, y las nubes de incienso que manda el
espíritu humano
á todo lo absoluto; por el esfuerzo que sus arcos, sus aras, sus
altares, sus cúpulas representan para romper el misterio divino que
envuelve la inmensidad de los espacios y que agita y hace extremecer
desde el fondo de nuestro corazon hasta la cima de nuestra inteligencia.
No conozco en las diversas lenguas literarias de la Península
composicion alguna más tierna y más sentida que la titulada: ¡Padron!
¡Padron! Dentro de poco, así que el libro se divulgue, alcanzará
renombre tan ruidoso como la inmortal composicion de Becquer: «¡Dios mio,
que solos se quedan los muertos.» Delante de un cementerio, lo primero
que se le ocurre es la idea de todo cuanto acaba en nosotros al pasar de
la juventud á la madurez en la existencia: las risas sin fin, los
bailes sin término, los cantares dulces, los coloquios amorosos, las noches serenas,
la guitarra melancólica, los acordes de la serenata, cuanto
[p. XVII]
ha pasado en la vida. Sigue á esta triste reflexion sobre todo lo que llevamos muerto en nosotros mismos,
una pintura del cementerio de Adina, tal como se aparecia á sus ojos en la niñez, con sus olivos viejos y oscuros;
con sus clérigos que toman el sol
en las tapias como los viejos cipreses, y los niños que juegan entre las tumbas como las
mariposas entre las flores; con las piedras tumularias que resaltan entre los montones oscuros de la tierra removida;
con el blanco osario, que á lo mejor, en la callada noche, despide la fosfórica luz de sus fuegos
fátuos; con las yerbas
verdes, las malvas, las cicutas, las ortigas, que crecen alimentadas por
los muertos y exhalan desde la superficie de las sepulturas, mezcladas sus raíces con los huesos, el oxígeno de la vida. Naturalmente, la emocion que el
cementerio despierta en el alma de una niña es emocion de alegría. Y en esta alegría se encuentra lo filosófico y lo profundo
del pensamiento, alcanzado por la intuicion soberana del poeta. En la edad en que no hemos visto los muertos, no
creemos en la muerte. Pues qué, ¿no jugamos á la puerta del cementerio como
á la puerta de la escuela? ¿Habeis
visto algun contraste mayor y más terrible que los divertimientos, y las risas, y los gritos de los huérfanos de dos ó
tres años miéntras los clérigos salmodian, á la puerta de la casa en duelo y ante un ataud lleno, los cánticos de la eternidad?
La niña vé en el cementerio de Adina la yerba sobre las sepulturas, las flores sobre las yerbas, las mariposas sobre las flores, los pájaros sobre las mariposas, el
cielo sobre los pájaros, la vida que rebosa en el templo de la muerte. Pero se ha ido léjos de allí, se ha separado por
mucho tiempo, y al cabo ha vuelto la infeliz. Pregunta por todos los que ha amado, y nadie le responde. El tiempo
se los ha ido llevando poco á poco en sus giros, y ha despoblado de los séres predilectos
á Padron y ha poblado con sus despojos el cementerio. Así corre á él,
y mira
por la cerradura, y en vez de ver y oir lo que veia y oia de
[p. XVIII]
niña, vé la tierra removida sobre la cual vagan las almas y
oye la campana plañidera que llora por los muertos.
Consolémonos. Nada en la realidad tan repugnante ni
nada en el ideal tan hermoso como la muerte. El cadáver á los ojos del cuerpo está lleno de gusanos, y á los ojos del
alma circuido de ángeles. Hiede cuando nos acercamos á él con nuestro cuerpo, y embalsama el aire cuando nos
acercamos con nuestra alma. ¡Qué sería de nosotros si no muriéramos nunca! Estas dudas que taladran las sienes, y
estos desengaños que desgarran el corazon; el amor sin esperanza, la ilusion sin realidad, la separacion de los séres queridos, la pena de la ausencia, todos estos dolores
habrian de ser eternos. Sólo allende la tumba el ideal será verdad, la ilusion certidumbre, la poesía pensamiento, el
pensamiento vida, la vida eternidad, la eternidad amores sin celos, satisfacciones sin desencantos, creencias sin
sombras, espíritus sin cuerpos, arte sin formas, felicidad sin zozobras, la plenitud del sér, el dia
imperecedero de la
justicia, la vision perfecta del Eterno. ¡Dios mio, que no vengan dos veces los cálices ya apurados; que no se aparten de nosotros jamás los séres tan queridos; que no suceda al ideal soñado con tanto amor el parto abortivo de la
grosera realidad; que el cierzo de un nuevo desengaño no hiele, nó, la última florescencia de ilusiones y la última
cosecha de esperanzas; y como todo esto sea imposible en el mundo, mátanos pronto en tu divina misericordia para
que pronto nuestros mismos calumniadores nos hagan justicia y nos durmamos para
siempre creyéndonos bendecidos y amados, y aguardando muchas lágrimas sobre nuestras
cenizas.
Una de las cualidades más sobresalientes en Rosalía Castro es la cualidad
poética por excelencia, la vista intuitiva
de la relacion misteriosa que existe entre el mundo interior y el mundo exterior, entre el universo que compone la
humanidad y el universo que compone la naturaleza. La esfera del horizonte y la esfera del cerebro, la luz de los
[p. XIX]
ojos y la luz de los astros, las lluvias y las lágrimas, las tormentas y los dolores, la electricidad que culebrea por las
nubes, y las simpatías que despedimos de nuestro sér, forman, como los asonantes un romance, como
los consonantes una oda, como los tonos graves y agudos una sinfonía. La luna llena, mirando al Océano, lo aviva
en mareas; la mujer hermosa mirando nuestros ojos los enciende
en fuego, que á su vez aviva y enciende el deseo. Las corrientes magnéticas, en
cuya virtud se pliegan las hojas de
la sensitiva, tienen algo de esa otra corriente en cuya virtud se agitan unos nervios como las cuerdas de un arpa.
Hay entre la palabra y la idea, entre la forma y el fondo, entre el alma y el cuerpo la misma relacion que entre la
electricidad y el magnetismo, que entre la luz y el calor. La serpiente fascina al pajarillo como la meditacion al místico. En el yermo encontrais muchas almas
y muchas alondras extáticas. El entusiasmo de los corazones contribuye
al movimiento de los cuerpos como el esfuerzo de los músculos. El bacante caeria rendido en su carrera si
no creyese que
un Dios lo impulsa, y la pitonisa muerta en su trípode si no creyese que un Dios habla por su boca.
Los séres humanos se sostienen unos pendientes de otros en la sociedad como los mundos sidereos se sostienen unos
á otros en la atraccion universal. La mirada del tigre os dá terror como la mirada de vuestro mayor enemigo, y
mirada del cordero compasion como la mirada de un niño. Existe una relacion misteriosa entre los matices del prisma
y las notas del músico. Pitágoras explicaba más á sus discípulos con la vista que con la palabra. Alejandro, que sólo
tenía 50.000 hombres en Arbelas, miéntras Darío tenía un millon, no quiso pelear en las tinieblas como le
aconsejaba Parmemon, porque creia más en los prodigios de sus ojos que en los prodigios de su táctica.
Magnetismo, electricidad, amor, voluntad, calor, pasion, luz, idea, todas
estas virtudes varias se confunden, perteneciendo unas á la esfera espiritual y otras á la esfera material, como unas
[p. XX]
fuerzas se confunden con otras fuerzas en la inmensidad del universo. Pues pocos pensadores y pocos poetas expresan mejor estas relaciones que Rosalía Castro en sus bellísimos versos.
Si hubiéramos de calificarla con una sola palabra, calificaríamosla de poeta lírico por excelencia. Cuando se eleva
en alas de robusto estilo á la poesía impersonal, objetiva, rayana con la epopeya, carece de la originalidad que la distingue en tanto grado cuando canta sus propias emociones;
y si presenta el mundo externo, lo presenta en relacion con su alma, celeste, luminosa, trasparente, y en cuya
superficie el menor soplo de las auras levanta rizos y ondulaciones, el menor reflejo de la luz extiende esmaltes, y
matices el menor objeto de las orillas; el árbol frondoso y la yerba humilde, la colina que permanece inmóvil en los
bordes y el ave que pasa por los horizontes, encuentran espejos y dejan de sí copias y retratos. Y siendo poeta lírico por excelencia, es por necesidad poeta elegiaco. Desde el
principio al fin de sus versos dos sentimientos la poseen; sentimiento de tristeza melancólica por las desgracias universales de la vida humana, y sentimiento de tristeza exaltada por las desgracias particulares á la vida gallega. El
hombre es una síntesis de la creacion. El universo sideral recoge su más bello éther para producir la luz de los humanos ojos; los fluidos electro-magnéticos condensan sus
más poderosas corrientes para derramarse por las cuerdas de nuestros nervios; los átomos, que acaso vienen de los
confines del espacio, se acumulan en nuestro cuerpo para componer el más
perfecto organismo; y sobre todas estas
varias determinaciones y modos de la materia universal, se eleva en nosotros el misterio indecible, inenarrable, sublime: ese misterio del alma que llega por grados á ver lo
infinito y á desembocar en la eternidad. Todas las cosas piensan en nosotros y todas las cosas en nosotros
padecen. Nuestra voz repite el quejido universal de los séres que se duelen del esfuerzo empleado por traspasar el límite y de
[p. XXI]
la fatalidad que al límite los sujeta como á su cadena, como á su prision, como á su eterno suplicio. Este quejido, más
agudo á medida que el sér crece y progresa, encuentra un eco en todas las estancias de las
Follas Novas, y un eco
poético. Pero el dolor más bellamente expresado es el dolor de su madre Galicia. Se vé el aislamiento en que la patria comun ha dejado á tan hermosas provincias. Se oye
el resuello de una raza forzada por su triste condicion social á todos los trabajos más materiales y penosos. Se ven
las marcas de las heridas seculares abiertas en los pobres campesinos por la antigua
tiranía señorial. Se notan las
cualidades de aquella familia de pueblos, la inteligencia aguda, la astucia fina, la
tristeza perpétua. Sobre todo, el
dolor de los dolores gallegos se halla repetido á cada verso: el dolor de la separacion, el dolor de la ausencia, el
dolor de la nolstalgia; el dolor de las emigraciones, la patria
apareciéndose húmeda, fresca, verde, sencilla como un
idilio, grata como una mañana de primavera, con su aroma de frutas y flores, con sus cadencias campestres repetidas por la
zampoña
y por la gaita, con sus rias trasparentes y tranquilas, en medio de los ardores del implacable
trópico y de las tristezas del forzado destierro. Toda obra poética, por subjetiva, por particular, por personalista que
á primera vista parezca es una obra social. Los dolores de Galicia hablan por boca de
Rosalía, y los hombres de
Estado, los que han tenido el Gobierno en sus manos, que hoy lo tienen, los que mañana pueden volver á tenerlo, necesitan, heridos por voces tan dulces como ésta, averiguar la
cantidad de satisfacciones que deben darse á las justas exigencias de esas provincias y el remedio que puede colegirse entre todos para sus antiguos é inveterados males. No
olvidemos que hace poco un escritor insigne del vecino reino trazaba una especie de nacionalidad literaria compuesta de portugueses, brasileños y gallegos. Estas cosas
podian pasar por juegos de la imaginacion cuando no habian trascurrido horribles
crísis, y no se habian visto
cier-
[p. XXII]
tas tendencias que podrian reaparecer mañana, ora bajo
la bandera del absolutismo, ora bajo la bandera de la demagogia que tantos desastres han derramado en nuestros
territorios y tantas amarguras en nuestros corazones. Para matar el provincialismo exagerado no hay medio como
satisfacer las justas exigencias provinciales. No olvidemos que muchas de nuestras regiones, como Galicia por ejemplo, tienen brillantísima literatura propia, la
cual, respondiendo á una ley de la vida, á la ley de variedad, debe coexistir con la
literatura nacional, sin daño de la
patria, mayor á medida que crecen sus hijos, y se fortifican los
órganos que componen su cuerpo y se abrillantan las estrellas que pueblan su cielo. Rosalía, por sus libros de versos
gallegos, es un astro de primera magnitud en los vastos horizontes del arte español.
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