O galeguismo na encrucillada republicana (Vol. II)

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Anexo I: Carta de Suárez Picallo a Casares Quiroga

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Transcripción dunha carta de Suárez Picallo a Casares Quiroga explicándolle as razóns da súa baixa na minoría parlamentaria galega.



     El Diputado a Cortes por Coruña Madrid, agosto 31/933
Sr. Dn.
Santiago Casares Quiroga
Jefe del P.R Gallego
                                   S/D


Mi distinguido y respetado amigo:
     El día 23 del corriente remití al Presidente de Ia minoría del P.R.G., D. Laureano Gómez Paratcha, una nota en Ia que le comunicaba mi separación de Ia minoría a partir de esa fecha; le decía que Ias razones políticas de esta decisión se Ias exponía a Ud. en carta, en su carácter de jefe del Partido. Minutos después tuve que salir para Galicia por tener gravemente enfermo un familiar muy querido. Por esta circunstancia no pude hasta hoy exponerle a Ud. aquellas razones. Son ellas Ias que van a continuación. Perdone Ud. si al exponerlas hablo algo de mí, de mi trayectoria política y espiritual. Cosas de Ias que no pude hablarle nunca, personalmente, por no haber tenido Ud. a bien preguntarme por ellas. Para mi tienen interés por dos razones, una por que, conociéndolas, tiene una explicación lógica mi actitud de hoy, y otra por que con íntima angustia de mi espiritu, sentí y presentí, rozandome el oído, los calificativos de «aventurero», «audaz» y aún el de «advenedizo». Yo quise hallar una explicación en Ias excepcionales circunstancias por Ias cuales fui elegido diputado, después de 20 años de ausencia de mi país, de todo lo cual hablaré más adelante.
     Inicié mi vida espiritual y política en el movimiento socialista y en Ios sindicatos obreros de los oficios con los que, en Ia emigración tuve que ganarme el pan, en un país que es mirador y antena vibrátil de todas Ias inquietudes políticas y sociales del mundo. Dividido aquel movimiento ante los problemas de Ia post-guerra, especialmente Ia Revolución Rusa y Ia resurrección de Ias pequeñas nacionalidades oprimidas o aletargadas, formé parte en Ias filas comunistas, rama desprendida del viejo tronco socialista, convencido de que terminaba el ciclo histórico del capitalismo y de su representación política, el Estado imperialista. La Revolución Rusa, primero haciendo una Federación de Repúblicas y luego una Unión de Repúblicas reivindicaba los viejos pueblos rusos ahogados por el zarismo.
     En tal posición ideológica me sorprendió Ia implantación de Ia Dictadura. En lo que yo llamaba marcha revolucionaria del mundo, España retrocedía hacia formas absolutistas, trincada por unos poderes que tenían por puntales un militarismo soez, una Iglesia reaccionaria, un capitalismo semi-feudal y una monarquía que se disgregaba en su propia corrupción. Ante este retroceso hombres jóvenes de tendencias diversas nos reunimos para aportar nuestro esfuerzo para librar a España de los elementos que eran causa de su retorno a formas políticas indignas de Ia democracia y de Ia civilización. Y localizábamos nuestros esfuerzos en Galicia, Ia Tierra que nos diera el ser y que es, para los gallegos, el punto de partida hacia todos los caminos. Nos dedicamos a unir en una entidad pangalleguista a los pequeños núcleos parroquiales y comarcanos para que su acción en lo político trascendiera de Ia lucha contra el cacique local al combate contra todo el caciquismo gallego; para que Ias escuelas laicas no fuesen solo fábrica de emigrantes, sino que también laboratorio de ciudadanos gallegos, conscientes de su raza, leales a su tierra y a aquellas características que nos dan Ia imponderable categoría de ser diferentes, condición indispensable para ser existentes; para dignificar Ia condición de nuestra media Galicia emigrada, indiana y dispuesta siempre a adular al mandón, trocandola en un foco de inquietudes y de fervores espirituales y democráticos. La Federación de Sociedades Gallegas Agrarias y Culturales sintetizó en su programa y en su acción estos ensueños. Ella, además, fue Ia primera asociación de emigrados gallegos que estampó en su declaración de propósitos Ia lucha por Ia implantación de Ia República Federal en España; tan ampliamente federal que sus Estados regionales gozaban de Ia máxima soberanía compatible con Ias bases de Ia Federación de todos los pueblos ibéricos. Creamos con nuestro peculio y con nuestro trabajo —robado al descanso que no dejaban nuestros empleos— semanarios y revistas que fueron tribuna libérrima de los que en Galicia, amordazados por Ia dictadura, no podían decir su «no contento»; y que libraron a España y Galicia de Ia verguenza que hubiera significado, ante Ia libre América, Ia unanimidad de los españoles en su adhesión ai dictador. El primer mitin en lengua castellana dado contra el dictador tuvo lugar en Buenos Aires a fines de 1923, organizado por nosotros, los vascos y los catalanes de izquierda, que eran los nacionalistas. Desde entonces, hasta Ia proclamación de Ia República, subieron de cien los actos públicos realizados allí contra Ia dictadura y Ia monarquía. En todos ellos hemos participado con Ia palabra y con Ia pluma, pués se daba el caso —halagüeño para nosotros— de que Ia vanguardia republicana fuesemos los gallegos de Ia Federación. No se trataba, naturalmente, de apoyar Ia República por Ia República misma, a Ia manera de nuestros «republicanazos históricos» sino de Ia República como medio y como camino por el que habian de encauzarse, para resolverse, todos nuestros problemas de orden espiritual, cultural, social y económico. Problemas básicos en cuya insolución radican Ias causas del hondo drama gallego, desde Ia emigración hasta Ia tuberculosis; desde el caciquismo hasta Ia depauperación de nuestro campesinado. Problemas cuya solución tiene como indispensable y único punto de partida Ia autonomía regional que permita abordarlos de abajo para arriba, desde Ia parroquia rural donde nacen siguiéndolos por Ia comarca geográfica y económica hasta Ia región donde deben quedar liquidados.
     Durante todo aquel período dictatorial el panorama político de nuestro país era bien triste. Aparte del republicanismo histórico, dividido y encastillado en tópicos jacobinos, sólo los núcleos galleguistas —el de La Coruña especialmente— trabajaban en silencio en procura de fines culturales y también políticos. A ellos nos vinculamos desde Ia emigración. En 1926 con motivo de mi viaje a Ginebra di en Artesanos una conferencia en gallego, durante Ia cual recuerdo que el delegado gubernativo estuvo varias veces con el brazo en alto en ademán de impedirme continuar. La vinculación se hizo entonces definitiva.
     Cuando en Ias postrimerías de la dictadura, apareció Orga, tuvimos una viva alegría al constatar que en sus filas se habían volcado todos los galleguistas coruñeses. Supimos Ia fundación de Orga por ellos y especialmente por Villar Ponte con quien nuestra correspondencia era asidua. Luego don Gumersindo López Iglesias, delegado de su comité, especialmente delegado por Ud. según nos manifestó, nos entregó el manifiesto y nos explicó sus propósitos. A Ias 24 horas bajo Ia presidencia de dicho señor constituimos una filial en Buenos Aires, de cuyos socios soy el N.° 70. Reimprimimos su manifiesto y los distribuimos entre todos los gallegos residentes en Argentina, Uruguay, Chile y Perú.
     Nosotros presentíamos en Orga el milagro redentor de Galicia. Venía a conjugar Ia idea republicana y democrática con esencias de galleguidad que le daban a Ia lucha política, matices espirituales de gran valor y, sobre todo, originalidad. Nuestro pueblo, desde el ciclo de los precursores venía acusando, especialmente en los núcleos intelectuales, una ansia viva de resurrección, de reeencontrarse a si mismo. Por otra parte, vinculado políticamente al Estado español, presentía que Ia República abría el camino a su esperanza. Orga, señalaba con nitidez aquel camino. Por eso Orga tuvo en su rededor el mayor caudal de simpatías populares que jamás tuviera en Galicia ninguna organización política. Y por eso nosotros, al ser consultados, hemos opinado en Ia VI asamblea nacionalista de La Coruña, que el galleguismo debía definirse en sentido republicano, ingresando en Orga para fortificar más aún su tendencia galleguista. Fue adoptado el acuerdo en favor de Ia forma republicana pero no en el de ingresar en Orga, lo que nosotros los emigrados hemos calificado de grave error político. Los galleguistas coruñeses siguieron en Orga y los de Buenos Aires también. Quizá antes del tiempo necesario para que Orga se trocase en un gran partido político popular, vino Ia república, a Ia que sumó su simpatía todo el galleguismo: Inmediatamente, Federación Republicana Gallega, de Ia que Orga era su fuerza más vital, convocó a una Asamblea en La Coruña, para estudiar un proyecto de Estatuto autonómico de Galicia tal como lo hiciera Cataluña a virtud de lo pactado en San Sebastian. La convocatoria se extendía a aquellos núcleos de emigrados que hicieran pública manifestación de autonomismo y republicanismo para que tuviesen representación directa en Ia asamblea donde se perfilaría Ia carta de los derechos de Galicia dentro de Ia República, que todos esperábamos habría de ser federal, esperanza, como otras muchas, defraudada más tarde. La Federación de Sociedades Gallegas Agrarias y Culturales y Orga de Buenos Aires aceptaron Ia invitación y, junto con Alonso Ríos y Sigüenza, nos delegaron para concurrir a aquel comicio celebrado en La Coruña el 4 de junio. Nuestro mandato era: Sostener Ia máxima autonomía para Galicia y participar en Ia campaña electoral en favor de aquel grupo político que hiciera artículo principal de su programa Ia autonomía regional y trabajar para lograr Ia unidad de Ias fuerzas republicanas y galleguistas en un partido político regional que comenzará y terminará en Galicia.
     Participé por tres veces en aquella asamblea y en su sesión de clausura volqué sobre el auditorio Ias esperanzas fervorosas de los emigrados en Ia República y en Ia autonomía de paro que tracé cual era nuestra visión del porvenir de Galicia y de España. Al terminar, un caballero con el que jamás cruzara una palabra —el doctor Sal Lence— propuso al auditorio que se me propusiera como candidato a Diputado por mi provincia natal. El público apoyó fervorosamente Ia proposición y al otro día, sin que yo hablase una sola palabra con nadie sobre tal proposición, apareció mi nombre en Ia candidatura oficial de Federación Republicana Gallega. Quien lo incluyó, quien intentó luego excluirlo, son cosas de Ias cuales jamás quise ni querré enterarme. Mi aceptación —conmovida y llena de gratitud— iba tácita en mi participación en los mítines electorales como tal candidato. Aquella campaña fue hecha sobre un programa que se basaba en estos dos principios programáticos de Fed. Rep. Gallega: República Federal de izquierdas y autonomía de Galicia, con su secuela de democracia popular de abajo para arriba y de todo el índice de nuestros problemas espirituales, políticos y económicos.
     Elegido diputado, formé parte de Ia minoría por Ud. presidida junto con diputados de otros sectores entre ellos los dos galleguistas, convencidos de que el primer gran problema a resolver era el de Ia autonomía. No fué así. No sólo Ia cuestión fue transferida a segundo término si no que del seno de la propia minoría, al discutirse Ia Constitución surgieron voces antiautonomistas; aparecieron los indiferentes y los que evidenciaban una absoluta falta de fervor ante el problema, a pretexto de que carecía de opinión popular. Me permito negar esa falta de opinión, pero aunque existiera, era Orga, con todas sus fuerzas Ia encargada de crearla; con ello sentaba una premisa de lealtad a su programa que al sostener el postulado autonómico, significaba su utilidad y su necesidad, obligándose a esclarecer ante el pueblo esa necesidad. Los programas son casi siempre reflejo de una realidad social, descubierta por los dirigentes; extender Ia conciencia de esa realidad a Ias masas populares es labor obligada después. Mucho más en Galicia, privada durante cuatro siglos de Ia facultad de pensar y obrar por cuenta propia, donde las ideas democráticas sólo son posibles con su práctica diaria,
     No se hizo esto. Orga fue perdiendo masas populares hasta que desapareció su nombre y su espíritu primitivo. Desilusionados apartáronse de ella núcleos que le dieran vida, entre ellos los galleguistas de Galicia y aquellos de Ia emigración de quienes era yo representante. Con ellos se constituyó el Partido Galleguista encargado de colocar en primer plano el problema básico de Galicia: su autonomía. En el ingresé recabando Ia libertad, que me fue concedida, de seguir adherido a su minoría para los efectos parlamentarios. Fundado el P.R.G. Ia minoría fue dejando de ser una conjunción de diversos sectores ideológicos para quedar reducida a una minoría de Partido. Y el P.R.G. fue orientandose en una ideología que no comparto; y aumentando sus filas con elementos, para los cuales personalmente son todos mis respetos, pero de cuya ideología y prácticas políticas, estoy separado por distancia insalvable. Si esta manifestación requiriese un ejemplo lo hallaría bien cerca; en Betanzos, partido al que pertenece mi pueblo natal, acaba de incorporarse al partido, con un cargo público, quien fuera allí dirigente de Ia política monárquica, durante los últimos años. Como puede Ud. ver, mi vinculación a Ia minoría era puramente numérica, como lo expresé en una reunión presidida por Ud., al tramitarse Ia última crisis.
     La decisión que hoy adopto, de separarme de ella, fue acordada por el Partido Galleguista hace varios meses. Postergué el cumplimiento de aquel acuerdo, por Ia existencia de una obstrucción, a Ia que ni de cerca ni de lejos podía aparecer vinculado. Vino luego Ia crisis y el mismo día del voto de confianza, avisé en Ia minoría mi retiro próximo, no aceptando formar parte de Comisiones, por tal motivo. El estado actual del problema autonomista —para mí, insisto en ello— el problema fundamental de Galicia me obliga a no seguir más en Ia minoría.
     Las dilaciones, Ias pasividades, Ias actitudes de dejar parar, de los partidos gubernamentales, después de la asamblea de Santiago —modelo de democracia y de fervor republicano y autonomista— conducentes, voluntaria o involuntariamente, al fracaso del plebiscito, determinaron al Partido Galleguista a separarse del Comité Central por no compartir responsabilidades que no le alcanzan desde que fue el único que, hasta Ia fecha, con más fervor trabajó en Ia propaganda y esclarecimiento del problema. Como consecuencia de esta actitud acordó asimismo Ia no colaboración de todos sus miembros con el resto de los partidos políticos y por lo tanto mi retiro de Ia minoría.
     Acatando tal acuerdo, cuyos fundamentos comparto, y para reanudar una trayectoría política e ideológica que deseo seguir, para poder actuar libremente de acuerdo con ella, dejo de pertenecer a la minoría que Ud. preside. Para Ud. y para sus otros componentes con todos mis respetos personales y mis afectos más cordiales, con Ia seguridad de que me hallarán siempre a su lado, cuando se trate de defender Ia República y sus esencias democráticas contra todo intento de reacción; y cuando haya de lucharse, fervorosamente, por dar a Galicia, como pueblo autónomo, su propio gobierno y con él el tesoro preciado de su libertad.
     Mientras tanto es siempre su respetuoso amigo y servidor q.e.s.m.

Ramón Suárez Picallo

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